Cultura

A la luz de Stevenson

  • Páginas de Espuma prosigue con la publicación del autor, ahora con un volumen de escritos personales en los que el escocés muestra su optimismo y su interés por la humanidad.

VIVIR. ENSAYOS PERSONALES Y BIOGRÁFICOS. Robert Louis Stevenson. Traducción de Amelia Pérez de Villar. Páginas de Espuma. Madrid, 2015. 396 páginas. 25 euros.

Nada mejor para sentir la extrañeza, la fascinación y el miedo de ser niño que leer La isla del tesoro, porque, por más que niños hemos sido todos, no lo somos verdaderamente hasta que somos capaces de idealizar el recuerdo de la infancia. Y no hay infancia completa sin el sol de los mares del Sur, sin las despiadadas risas de los piratas que beben ron, sin esas pequeñas traiciones que rompen para siempre la amistad verdadera. Los textos recopilados por Páginas de Espuma en Vivir. Ensayos personales y biográficos de Robert Louis Stevenson nos dan la oportunidad de conocer casi personalmente al brillante escritor capaz de obrar tamaño milagro. "La añoranza que sentimos por nuestra niñez no es del todo justificable, porque su abandono nos permite vivir sin temor al escarnio público", escribe el autor para empezar el primer ensayo incluido en el libro, Juego de niños, y con esta primera frase sobre cómo abordar el recuerdo de lo que fuimos nos da pie para acompañarlo un trecho del camino.

En la edición de Páginas de Espuma se reúnen ensayos de diferente procedencia, un buen número de ellos ya publicados en español, que pretenden tener como denominador común el carácter personal de lo escrito, la rememoración del pasado, la reflexión personal sobre temas universales. Esto es, al menos, lo que el lector intuye a partir del subtítulo del libro, porque no hay nota introductoria o prólogo que lo alumbre. Se echa de menos.

Confiesa Stevenson en el ensayo La casa parroquial, que le unía a su abuelo materno, pastor de la Iglesia de Escocia, su gusto por dar sermones. Al parecer fue uno de sus primeros juegos infantiles: reunir sillas y subirse a una de ellas para emular que hablaba desde el púlpito. Y esto es lo que hace en algunos de los ensayos del libro, sobre todo en los reunidos en la primera parte, La vida. En esta sección se incluyen algunos de los textos más conocidos del autor, como Virginibus Puerisque, en el que se afana por recomendar a doncellas y jóvenes cómo deben abordar sus relaciones para no fracasar en el matrimonio. Lo hace con todo lujo de detalles, sin temor a adentrarse en asuntos más o menos peliagudos como La sinceridad de las relaciones. Atina casi siempre en sus comentarios y consejos porque, para bien o para mal, el autor se siente en sintonía con eso que se ha venido a llamar humanidad y que él no se cansa de emparentar con nuestros predecesores arborícolas.

Sermones, pero no sólo eso. Stevenson nos habla desde el púlpito, pero también desde el sillón contiguo, como acompañante, siempre inoportuno, según él, de largos paseos por el campo. Incluso nos habla al oído. Variedad de tonos y variedad de temas. Y por encima de todo un optimismo vital basado en la aceptación del destino, que sorprende en un hombre que estuvo enfermo la mayor parte de su vida y que murió con tan sólo 44 años. No hay amargura ni desdén en sus escritos. Tampoco hay cinismo ni arrogancia. Sí una pizca de ironía y otra de humor.

Pese a algunos pequeños descuidos de edición, Amelia Pérez de Villar acierta con su traducción al transmitirnos el pulso de la prosa de Stevenson, a ratos enredada en digresiones y alusiones, en la que abundan las referencias a escritores y personajes públicos de su época.

A Stevenson le gustaba escribir y también le gustaba conversar, sobre todo consigo mismo. Aprendió desde muy joven a estar solo, apremiado por su mala salud, que lo obligaba a pasar largas temporadas de reposo. Quizá por eso en estos ensayos se adentra en sus recuerdos sin adornarlos. Aunque admite que, de algún modo, todo intento de recuperar el pasado implica una reconstrucción más o menos impostada, él intenta desnudar su memoria para ir a lo esencial, incluso si esto implica salir mal parado, como ocurre en algunos de sus ensayos sobre la universidad, compilados en la última parte de libro, Los recuerdos. En ellos hace alarde de una pasmosa sinceridad. No presume de talento ni de ingenio. Tan sólo se congratula de su suerte.

Especialmente hermosa es la evocación de los viajes que hacía con su padre, que fue ingeniero constructor de faros, como su abuelo y otros miembros de la familia. En Thomas Stevenson, ingeniero de obras públicas, incluido en la segunda parte del libro, Las personas, y en Recuerdos de un islote, incluido en la tercera, podemos otear algunos elementos que luego cobrarán vida encarnados en personajes y situaciones de La isla del tesoro. También a la luz plomiza de las costas azotadas por el viento en las que su padre encendía por primera vez la luz que guiaría el camino de los barcos vivió la amistad verdadera. Y al escribir sobre aquellos días vuelve los ojos hacia un tiempo sin miedo: "Parecía entonces tan lejano, y tan difícil, mirar hacia la tumba, como ahora recordar aquella emoción", dirá.

En los textos de Vivir. Ensayos personales y biográficos encontramos a un escritor honesto con una especial capacidad para entender al prójimo, incluso si no puede identificarse con él. Stevenson nos ayuda a reconocer la verdad de los otros desde su punto de vista de tranquilo observador e inquieto viajero. Leyendo estos ensayos el lector tiene la oportunidad de conocer un poco mejor a un escritor que nos deslumbra por su inteligencia y que nos contagia su gusto por la vida.

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