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Luis Miguel Rufino | Escritor

"Si nos detenemos a pensarlo, somos todos muy raros... pero eso es bonito"

  • El autor sevillano publica 'Espejo de Claramonte', una reflexión con forma de novela negra sobre las distintas personas que todos podemos llegar a ser

Luis Miguel Rufino (Sevilla, 1956).

Luis Miguel Rufino (Sevilla, 1956). / Juan Carlos Vázquez

El sevillano Luis Miguel Rufino se adentra en los espacios más oscuros de la sociedad actual en Espejo de Claramonte, una novela publicada por la editorial Nube de Letras en la que la ciudad de Sevilla ocupa un lugar destacado. 

–¿Puede entenderse su novela como un catálogo de personajes y personalidades?

Espejo de Claramonte atiende a un principio básico de la narrativa de ficción, como yo la entiendo, que es aquel de que los personajes son los que desarrollan la historia. Por tal motivo, procuro no definirlos muy ampliamente pero sí ofrecer sus diferentes texturas, sabores y olores, para que así el lector pueda ir viéndolos, contemplando como actúan y los cambios que se generan en el curso de la trama.

–Reflexiona sobre la multitud de personalidades que podemos cobijar bajo nuestra piel...

–Ese es el corazón de la novela. De lo que yo he querido escribir, con la excusa de un caso y de unos personajes, es precisamente de eso, de cómo podemos llegar a ser varias personas dentro de un mismo cuerpo y de una misma cabeza. Es decir, escribo sobre cómo somos tan distintos, y no sólo lo somos cuando nos encontramos con una u otra persona, lo somos también de una manera natural. Y podemos llegar a ser distintos de tal manera que implica ser radicalmente distintos. A unas personas les escondemos una parte de nosotros que sí mostramos a otras, y que suele ser lo que nos da miedo o vergüenza. De hecho, la novela se iba a titular Ventanas al interior, porque entendía que representaba perfectamente lo que he tratado de contar. Obviamente, relativizo este tema, que puede llegar a muy profundo, dentro del contexto de una novela negra.

–El título Espejo de Claramonte contiene un juego de palabras, con el que parece querer indicarnos que la vida con frecuencia puede ser muy parecida a una partida de cartas...

–El título viene precisamente del engaño. Hay un personaje que trata de engañar de la manera más vil posible y los demás no pueden entender por qué. A mí me gustó el significado de la expresión empleada en el juego y la introduje en la novela, pero también como un espacio destacado, en el que trascurre una secuencia fundamental. La novela, en definitiva, trata de eso, de un juego de engaños.

–¿Qué aporta Miguel Galera, el protagonista de la novela, a la larga nómina de inspectores, policías e investigadores ya existente en el género?

–Si soy sincero, aporta muy poco. Salvo en que no bebe, se puede parecer a cualquiera de los inspectores que aparecen en las novelas negras. Es un cincuentón descreído, sobrepasado emocionalmente, en conflicto con su hija, separado, dedicado íntegramente a su trabajo, al que le entrega la mayor parte de su tiempo, a pesar de que le gustaría estar y hacer otras cosas con su vida. Muchos de nosotros, cuando nos queramos dar cuenta, hemos pasado buena parte de nuestra vida haciendo algo que no nos gusta o interesa. Galera sobrevive, no sabe hacer otra cosa. No he pretendido hacer algo diferente o nuevo, sino ofrecer una novela negra al uso.

–Sevilla está muy presente en la novela, tanto en el callejero, como en el lenguaje o en la definición de los personajes.

–He tratado de meter la puntita del pincel en todos los ámbitos o peculiaridades que nos definen. La antropología me interesa mucho, ya que los personajes son los que definen una historia, que en esta novela en concreto considero que son más interesantes que la propia trama. Si nos detenemos a pensarlo, somos muy raros, pero yo lo entiendo como algo bonito. Tengo que reconocer que he suavizado considerablemente la novela, sobre todo en lo relativo a los personajes y situaciones relacionadas con Sevilla, ya que la primera versión de la novela era especialmente virulenta, acerada, y tampoco quería ir dando patadas en las narices de nadie. He limpiado mucho, aunque intentado que el retrato psicológico permanezca, y así aparece el mundo empresarial sevillano, el mundo de los diplomáticos, o de ciertos ambientes que podríamos considerar muy lejanos a los que habitualmente conocemos como tradicionales. He tratado de utilizar todos los colores de la paleta, pero sin abusar de ninguno de ellos.

–¿La realidad siempre supera a la ficción o la ficción tiene que ser capaz de ofrecer otra realidad?

–Siempre nos encontramos con ese topicazo que nos dice aquello de que si esto lo pusiese yo en una novela la gente se reiría o no se lo creería. Y por eso muchas veces me tengo que reprimir para no escribir según qué cosas. Los escritores partimos de nuestra propia experiencia y de las intepretaciones que realizamos de todo aquello que nos cuentan o hablamos. La ficción debe ser verosímil, pero no puede llegar a ser como el que se viste de carnaval, aunque la realidad pueda llegar a serlo. Hay que tomar las riendas de la ficción y conducirla hacia la verosimilitud.

–En Espejo de Claramonte encontramos el sexo como elemento de poder y de control.

–Desde un punto de vista sociológico, el sexo es un elemento de control muy importante, y lo ha sido siempre. El sexo está presente en la novela porque es un elemento esencial de nuestras vidas, y sirve para muchísimas cosas: para relacionarse, para estar acompañado, para celebrar la alegría. Tengo muy claro que utilizar el sexo como elemento de poder es absolutamente inmoral. Me interesan mucho más sus facetas lúdicas y placenteras.

–¿Miguel Galera ha llegado para quedarse, lo veremos resolviendo más casos?

–Me encantaría porque le he cogido mucho cariño. Yo no conocía de nada a este policía el día que le puse el nombre, que por cierto es un homenaje a Cervantes: Miguel, evidente, Galera por el lugar al que lo condenaron, y Marquesa porque así se llamaba la galera en la que estuvo. Han sido muchos meses actuando con su voz, y en cierto modo te acabas enamorando. Aunque sean unas malas personas, creo que todos los escritores se acaban enamorando de sus personajes, aunque sólo sea un poco. Tienes que quererlos, para poder aguantar tanta convivencia. Me encantaría que pudiéramos verlo en otro caso.

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