De libros

Un lugar llamado Obaba

  • 'Obabakoak'. Bernardo Atxaga. Alfaguara. Madrid, 2013. 376 + 48 págs. 26,50 euros.

Bernardo Atxaga es desde hace tiempo, entre los narradores vascos que escriben en euskera, el más leído y celebrado fuera de España, aunque la recepción de su obra haya tenido altibajos de puertas adentro. Tal vez por ello, la reedición que ha hecho Alfaguara de Obabakoak (1988) -el libro que lo dio a conocer y situó su nombre a la cabeza de la nueva narrativa vasca- no incluye entre los habituales (y en este caso merecidos) elogios críticos de la contracubierta a ningún medio de la península, como para resaltar ese prestigio internacional que de hecho no contradice la excelente acogida que tuvo entre nosotros. Publicado con motivo del 25 aniversario de su primera aparición, el volumen incluye ahora un DVD con el documental Lugares vacíos, palabras llenas -dirigido por Joxeanjel Arbelaitz- y un interesante cuaderno donde el propio Atxaga reflexiona sobre la génesis y el sentido de "Un lugar llamado Obaba".

Cuando habla de la "Guipúzcoa olvidada", de las viejas voces del idioma, de los desdenes que padecían los hijos de los campesinos, de la inseguridad con la que los escritores de su generación intentaban desbrozar un camino para el que no podían remitirse a una tradición autóctona inmediata, las palabras de Atxaga resultan no sólo sugerentes sino conmovedoras, hay en ellas verdad y también belleza. Como el ciclo de Paniceiros del asturiano Xuan Bello, menos conocido pero igualmente valioso, los relatos de Obabakoak alternan la memoria de la infancia o la recreación de los usos de la Euskeria profunda con referencias muy alejadas de ese mundo ancestral, aunando en un solo discurso -moderno por abarcador, fragmentario y desvinculado de la ideología- la fidelidad a lo local y una mirada abierta, culturalista, cosmopolita. Pero no todas las entregas posteriores de Atxaga, asumiendo sus buenas intenciones, han estado a esa altura. La denuncia de la postración en los tiempos aciagos de la dictadura merece toda la simpatía, pero el modo lamentable como un cierto imaginario de resistencia, sumado a la cuestión de la lengua proscrita, ha sido instrumentalizado -aunque el abuso venía de antiguo- por el nacionalismo reciente y más o menos violento, es otra historia. Cuando Atxaga la ha rondado, por desgracia, no ha salido indemne.

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