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Alfabeto | Crítica

Las letras del tiempo

  • Paul Valéry dejó una sorprendente reflexión sobre la propia existencia del poeta y su relación con la realidad

Paul Valéry (Sète, 1871-París, 1945).

Paul Valéry (Sète, 1871-París, 1945).

Un encargo literario puede convertirse en una obsesión vital, en un largo camino de introspección y autoconocimiento. Para transformar lo que en principio estaba planteado como un juego o divertimento en una obra trascendente hace falta ser un escritor de la talla del poeta francés Paul Valéry (1871-1945). En 1924, recibió el encargo de escribir un libro de poemas o prosas poéticas que debían cumplir con el requisito de coincidir en el inicio de cada texto con una de las letras del abecedario. La misión le fue encomendada por el librero y editor René Hilsum, que pensaba publicar estos textos en un cuidado y lujoso volumen, que iría acompañado por una serie de grabados del pintor y tipógrafo catalán Louis Jou. Las estrictas condiciones, como el propio poeta confesaría años más tarde, no "arredraron" a Valéry, que añadió por propia iniciativa otra premisa que hacía aún más complicado el proyecto: que todos los textos, además de cumplir la secuencia del abecedario, se desarrollaran a lo largo de las veinticuatro horas de un solo día. El reto estaba servido, la dilación de la publicación parecía inevitable porque el poeta francés convirtió la encomienda en una cuestión personal y, fiel a su particular forma de abordar la literatura, se empeño en crear un libro único, "siempre perfectible", pulido y corregido durante años.

La primera versión de Alfabeto no vio la luz hasta cuatro décadas más tarde por iniciativa de la hija del poeta, Agathe Rouart-Valéry, aunque el manuscrito íntegro no fue publicado hasta 1999 por el valerista Michel Jarrety. La edición de Pre-Textos que ahora ve la luz de la mano de Javier Vela, que ha cuidado con esmero la traducción y las notas que acompañan a estos poemas o prosas poéticas, "reproduce la secuencia completa de los textos incluidos en la edición de Jarrety", como él propio Vela adelanta en el cuidado prólogo con el que pone en antecedentes al lector sobre los secretos de esta admirable obra.

Alfabeto supone un sorprendente ejercicio de reflexión sobre la propia existencia del poeta y su relación con la realidad. En estos textos, nos enfrentamos al desdoblamiento del hombre que busca encontrarse mirándose de frente y con la perspectiva que da intentar el análisis propio desde fuera. Valéry apuesta por el desdoblamiento, frente a la introspección propia del yo poético. Este punto de vista desasosegante coloca al lector ante el diálogo del hombre con el hombre y lo transporta hacia una realidad a veces únicamente explicable desde la perspectiva estrictamente poética, concretada en el caudal de imágenes memorables que ofrecen estos textos.

A Javier Vela le acompaña como traductor su carácter de poeta y escritor. Entiende el significado extenso de lo que Valéry escribe, más allá de su sentido estricto. El lector agradece el esfuerzo por convertir la poesía en poesía.

En Alfabeto, el hombre, el poeta, sale del sueño, y el lector despierta con él hacia la luz, dejando atrás "la luna que es un pedazo de hielo que se funde" (C). Se suceden en cadencia temporal los poemas, "la vida que merodea de mosca en mosca" (L). Algunos están arraigados en escenas cotidianas como el baño, la comida o el encuentro con la amada, que se dirige al poeta con un "no, nunca sabrás nada" (N). En otros el pensamiento del autor divaga en la soledad de la estancia hogareña o durante el paseo en contacto con la naturaleza: "Me asiste mi silencio, mi privación me colma" (E), dirá. Pero Valéry siempre despega hacia lo trascendente. Sus pies no se alzan de la tierra porque es otro "yo" el que, a vista de pájaro, intenta lanzar una mirada distinta sobre las cosas. "Lentamente, el alto cielo muda en universo" y el fin del día confluye con la conjunción estelar que adorna el cielo nocturno. El poeta se mira en el abismo del cielo como en un espejo, con él se funde, como se funde con el sueño.

Son los textos incluidos en este libro estampas cotidianas de un día en el que las horas trascienden la propia existencia del tiempo. La conjetura se mezcla con la certeza para hacerla más viva y la palabra se torna tensa, cada frase siempre a punto de estallar e impulsar la siguiente. El encargo de que cada poema comience por una letra del abecedario se nos antoja anecdótico a la vista del capital de verdad propia que destila el conjunto. El lector se olvida del juego para penetrar en la intensidad, en la confusión, en la certeza, en la belleza que el autor desata con cada elucubración.

"Es muy dado a los hombres no reparar en todos estos dones que en general no les faltan, y este cotidiano equilibrio del que sólo distinguen, por el dolor o el extremo placer, las más llamativas variaciones. Lo simple y lo natural son las más engañosas de entre las apariencias", dice Paul Valéry en el poema correspondiente a la letra "M" y con esta afirmación parece resumir el sentido total de Alfabeto. Como poeta, como autor nunca desligado del hombre reflexivo y crítico, se impuso una pregunta sobre esa "engañosas apariencias" que laboriosamente trató de contestar. La respuesta quizás está en estos textos.

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