José María Conget. Escritor

"Es interesante relacionar la enseñanza con el gozo, sobre todo en literatura"

  • El autor propone en 'La ciudad desplazada' una reflexión, no exenta de humor, sobre las cuitas amorosas

José María Conget, autor zaragozano residente en Sevilla y antaño docente en Cádiz y gestor cultural en varias capitales americanas y europeas, como Nueva York, Lima y París, traza "sin pretenderlo" un itinerario por las ciudades que jalonan su biografía en La ciudad desplazada, su último volumen de cuentos. Lo publica Pre-Textos, sello donde también vio la luz en 2005 otro excelente conjunto de relatos, Bar de anarquistas, por el que obtuvo el premio Cálamo. Con un sentido del humor que por momentos se asemeja al de su paisano Luis Buñuel, de tal modo que la cercanía de la muerte puede desatar en sus protagonistas fantasías rijosas o anticlericales, Conget exhibe aquí su excelencia en el manejo del castellano y su audacia para ligar los textos clásicos a la vida cotidiana, parodiando, si es menester, el propio Quijote o remezclándolo con la trama de una de sus películas de culto: Jules et Jim.

La ciudad desplazada incluye el relato de corte autobiográfico Despedida que dedica a ese "gran escritor, gran amigo" llamado Ignacio Martínez de Pisón, cuya próxima novela, El día de mañana, presentará Conget el 14 de abril con el Centro Andaluz de las Letras. "Hace tres años sufrí un infarto en nuestra ciudad natal, Zaragoza. Llegué más muerto que vivo por mi propio pie a urgencias y me llevaron directamente a Cuidados Intensivos. Me prometí a mí mismo que si sobrevivía escribiría un cuento de humor pero no me ha salido del todo así, salvo cuando relato la visita del capellán, al que confundí con un anestesista porque vestía de verde y que me abandonó cuando vio que era un extravagante que le hablaba de Lilith y de los textos apócrifos o alternativos al Génesis. En Despedida, mi protagonista se da cuenta, cuando está a punto de morirse, de que fue feliz con dos mujeres y nunca antes se había dado cuenta. Eso suele pasarle a mucha gente".

En los ocho cuentos que componen este volumen, que se completa con un texto donde el autor confiesa todo lo que sabe de fútbol, sus criaturas llevan al extremo algunas pasiones y fobias que Conget comparte "con mucha más moderación". Es el caso de la bibliofilia en El cazador de libros. "Durante años me dediqué a montar una biblioteca para el Instituto Cervantes de Nueva York y llegué a reunir unos 70.000 volúmenes. Me obsesioné realmente con ella y recorrí parte de América Latina buscando libros. Gran parte de ese fondo lo encontré en la biblioteca neoyorquina del gallego Eliseo Torres, que luego compró Abelardo Linares, a quien llevé allí por primera vez. A diferencia de mí, que lo hallé muy joven, el narrador de este cuento encuentra al amor al final; esa maldición con botas y minifalda que lo apartará de los libros".

También hay poso autobiográfico en Quillomamona, donde un veterano profesor se enfrenta a un grupo de adolescentes rebeldes en un texto con tintes cinematográficos. "Recrea mi experiencia con un aula de refuerzo a la que nadie quería dar clase. Eran doce, como en Doce del patíbulo, y su héroe era el cantante Haze, que procedía como ellos del barrio de Los Pajaritos. Yo llevaba muchos años enseñando y tenía las suficientes tablas y experiencia como para no tener que prepararme una clase sobre Baroja pero éstas las medía a fondo porque si no, literalmente, se me comían. Tenía que tenerlos activos todo el tiempo. Me interesaba de ellos su rebeldía ante una situación que no comprendían, su anarquismo espontáneo contra un instituto que les parecía una prisión. ¡El tuto es una cárcel!, coreaban. Lo que me gusta de este relato es la sensación de culpa y traición que planea al final. Por todo lo demás, mi clase fue un éxito y les puse notas altas porque se las ganaron: aprendieron muchas cosas, como redactar pequeñas cartas y hacer facturas, discurrir, relacionar cosas y expresarse oralmente. Creo que lo interesante es relacionar la enseñanza con el gozo; al menos, en literatura, es lo que se debería hacer".

El amor, sus cuitas y las relaciones triangulares son, por último, protagonistas de varios de los textos, como Variación sobre un tema, un cuento inspirado en el quijotesco relato El curioso impertinente que él moderniza con dos mujeres que comparten el mismo hombre, o Navarra-104. Estas historias de tríos remiten a su pasión cinéfila por Jules et Jim, entre otros títulos de Truffaut. "Siempre me ha gustado mucho. Hasta sus películas malas tenían elementos que me conmovían. Me sentía muy próximo a él aunque tuvimos infancias distintas. A los dos nos gustó mucho leer, a él Balzac y a mí Galdós. Cuando veía sus películas sentía un espíritu fraterno y cuando murió fue una sensación de vacío como si hubiera muerto un hermano mío. No fue un director revolucionario como Orson Welles pero tiene algo que me hubiera gustado alcanzar en mi prosa: un tono amistoso, como quien te cuenta una historia y le sientes amigo tuyo. Eso me parece mejor que ser un gran renovador y por eso, en la polémica Truffaut-Godard, siempre estoy con el primero, que además no se dedicó a hacer ataques antiburgueses para luego dedicarse a hacer publicidad de zapatillas deportivas".

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