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El instante mágico | Crítica

Incógnita e intuición

  • El autor de 'Gravedad' revisa en su nuevo libro diez descubrimientos esenciales de la historia de la ciencia que pasaron del planteamiento matemático a la constatación empírica

El periodista y divulgador científico Marcus Chown (Londres, 1959).

El periodista y divulgador científico Marcus Chown (Londres, 1959). / Eleanor Crow

En su anterior libro, Gravedad (Blackie Books, 2019), el periodista y divulgador científico Marcus Chown (Londres, 1959) recogía esta afirmación de Arthur C. Clarke: "Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada sería imposible de distinguir de la magia". Precisamente, el autor dedicaba parte de aquella obra a aventurar a qué paisaje podría conducirnos una tecnología capaz de controlar la gravedad, una fuerza extraordinariamente débil y sin embargo esencial en la constitución del universo desde el mismo Big Bang. Que a lo largo de la civilización las ideas de ciencia y magia han caminado, y caminan, en paralelo, o directamente unidas, es algo ya bien asumido. A menudo se considera a la primera meta ineludible de la segunda, como si de hecho la civilización consistiera en la transición del asombro a la fórmula, de la singularidad extrema a la teoría y la ley (o, lo que viene a ser lo mismo, en el dichoso paso del mito al logos); sin embargo, lo que la evidencia nos dice es que lo oportuno es considerar cada una como trasunto o reflejo orgánico de la otra. En lo que la inteligencia humana interpreta como magia se encuentran experiencias que delatan la existencia una realidad nueva, o al menos distinta de la acostumbrada: una verdad con la que no contábamos y que tiene que ver tanto con la manifestación de la misma realidad con lo que nuestros sentidos, y sobre todo nuestra intuición, interpretan al respecto. Ahora, en su nuevo libro, El instante mágico, que también acaba de publicar Blackie Books con la eficaz y cómplice traducción de Francisco J. Ramos Mena, Chown vuelve a abordar esta noción de magia relativa a la ciencia a tenor del sustento matemático del conocimiento científico. En el descubrimiento de elementos de la realidad que hasta entonces habían sido ignorados, el proceloso viaje que transcurre desde la previsión matemática de esos elementos hasta su constatación empírica tiene que ver con el pensamiento mágico.

Portada de 'El instante mágico'. Portada de 'El instante mágico'.

Portada de 'El instante mágico'. / Blackie Books

En estas páginas, Marcus Chown revisa diez descubrimientos esenciales de la historia de la ciencia, desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XXI, que nacieron como incógnitas en ecuaciones matemáticas y que resultaron ser reales. El instante mágico al que se refiere el autor en su libro (cuyo título original, bien cargado de intenciones, es The magicians), es el que invade a científicos y cómplices cuando queda demostrado que lo que habían previsto de manera matemática existe en la realidad, de manera palpable y sin lugar a dudas. El relato que trenza Chown es apasionante en la medida en que, a menudo, lo que las matemáticas revelan a los científicos resulta disparatado, fuera de toda razón, incluso temerario; pero el asombro que acontece cuando la ciencia es capaz de demostrar lo que las matemáticas señalan es, cierto, propio de fenómenos extraños o directamente mágicos. En algunas ocasiones, la transición de la fórmula a la evidencia es sencilla y económica; en otras, se necesitan instrumentos como el acelerador de partículas del CERN, cuya puesta en marcha requirió una inversión de 5.000 millones de dólares, y décadas de paciente trabajo hasta la conclusión final. Pero la mecánica es siempre la misma: un desafío a la razón que únicamente puede abordarse desde la más absoluta carencia de prejuicios (no hace falta apostar por la naturaleza extraterrestre de Oumuamua para pedir una ciencia libre de corsés: a veces, basta seguir las directrices de una ecuación para pisar terreno peligroso). Así, El instante mágico sirve como testimonio del modo en que el modelo matemático es capaz de explicar la realidad hasta extremos que nuestra inteligencia todavía no llega a sospechar; pero, más aún, de las latitudes que la intuición humana es capaz de conquistar cuando se repone del asombro. Es en esas latitudes donde corresponde hablar de la ciencia en un sentido mágico.

El asombro acontece cuando la ciencia demuestra lo que las matemáticas predicen

El físico estadounidense John Van Vleck afirmó que la explicación que dio Paul Dirac sobre el espín del electrón era comparable a "un mago que saca conejos de una chistera". Dirac comprendió, en palabras de Chown, que "una partícula como el electrón tiene una probabilidad distinta de cero de realizar una transmisión de cualquier estado a cualquier otro estado, y eso incluye los estados de energía negativa". Esta comprensión se dio, primero, a nivel matemático: esos estados tenían que existir, necesariamente, a tenor de los cálculos. Y existieron: lo que la ecuación de Dirac demostraba era la presencia de la antimateria, un plato bien difícil de digerir en los años 30 del pasado siglo pero del que la física ha hecho uso común desde entonces como realidad contrastada. El de Dirac es uno de los diez hallazgos históricos que aborda Chown en El instante mágico junto a las ondas electromagnéticas de Maxwell, la predicción de la existencia de Neptuno a cargo de Le Verrier, la presencia en las estrellas de los elementos esenciales de la Tierra descubierta por Hoyle, el neutrino de Pauli, la radiación cósmica de fondo revelada por Penzias y Wilson, los agujeros negros previstos por Schwarzschild a tenor de la teoría general de la relatividad de Einstein, el bosón de Higgs, las ondas gravitacionales que intuyó Einstein y registró el equipo de Kip Thorne y, a modo de premisa aún por confirmar pero semilla segura de futuros instantes mágicos (incluida la teoría del todo), el multiverso postulado por Max Tegmark. Chown relata cada descubrimiento dando su lugar a los numerosos actores secundarios, en una cadena de intuiciones de feliz resolución aunque de deriva improbable hasta el definitivo momento mágico. Tampoco renuncia el autor a los matices narrativos, como cuando cuenta que Karl Schwarzschild predijo la existencia de los agujeros negros en 1916 "mientras estaba en el Frente Oriental, consumiéndose a causa de una enfermedad autoinmune que cubría su piel de feas y dolorosas ampollas". El truco queda, tal vez, al descubierto.

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