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Cultura

Una hazaña de húsares

  • Se publica por primera vez el relato completo donde el escritor y aventurero Leigh Fermor contó el secuestro del general Kreipe en la Creta ocupada por los alemanes.

SECUESTRAR A UN GENERAL. Patrick Leigh Fermor. Trad. Inés Beláustegui. Berenice. Córdoba, 2015. 336 páginas. 19,95 euros.

Fue una de las misiones más audaces y espectaculares de la Segunda Guerra Mundial, protagonizada por dos miembros del Servicio de Operaciones Especiales británico que dejaron, años después, testimonio de la proeza, tan inverosímil que parece inventada y no por casualidad fue llevada al cine en una discreta película de 1957, Emboscada nocturna. El más joven de los dos, William Stanley Moss, tenía sólo 22 años en el momento de los hechos. Su compañero, el futuro gran escritor y ya entonces veterano aventurero Patrick Leigh Fermor, rondaba la treintena. Acompañados por un pequeño grupo de guerrilleros cretenses, los bravos andartes, ambos consiguieron secuestrar al general Kreipe, comandante de la 22 División Aerotransportada de Infantería de la Wehrmacht y uno de los máximos responsables de las tropas alemanas que ocupaban Creta, atravesar toda la isla y evacuarla desde el sur con destino a Egipto. Convenientemente difundida por la propaganda aliada, la "hazaña de húsares", como la calificaría el propio secuestrado, supuso en su momento un mazazo para la ya maltrecha moral de los nazis -pero quedaba todavía un largo año para la rendición incondicional de Alemania- y ha adquirido con el tiempo ribetes de leyenda, tanto por las novelescas circunstancias en que tuvo lugar como por la personalidad de los captores.

Conocíamos los detalles de la operación por un libro de Moss, Mal encuentro a la luz de la luna, que fue hace poco publicado por Acantilado junto con el epílogo que Leigh Fermor, crítico con el relato de su compañero de aventura, escribiera para la edición original de 1950. Y también por las páginas que le dedica Artemis Cooper en su apasionada biografía del segundo, disponible en RBA. El propio Leigh Fermor se refirió al episodio en varios lugares de su obra y llegó a publicar, tras la prematura muerte de Moss, una versión abreviada -por exigencia del editor, pues el texto se le fue a su autor de las manos y rebasó con mucho la extensión acordada para su inclusión en una antológica Historia de la Segunda Guerra Mundial- en la que contaba la increíble peripecia desde su personal punto de vista, que como señala su biógrafa se separa del de Moss en dos aspectos fundamentales: el respeto que le merece la figura del general secuestrado, que no era como otros de sus camaradas un criminal vestido de uniforme, y la admiración sin reservas por el arrojo y la capacidad de resistencia del pueblo cretense, al que Moss -que al contrario que Leigh Fermor no conocía la isla ni hablaba griego ni sentía devoción por la cultura helénica- desdeña o no presta una atención excesiva.

Es este relato, ahora completo, el que se recupera por primera vez en Secuestrar a un general, publicado por Berenice con el prefacio de Roderick Bailey a la edición inglesa, que incorpora además los nada burocráticos "Informes de guerra" remitidos por Leigh Fermor desde Creta (1942-1945) y una minuciosa guía, pensada para recorrer el itinerario, donde se reconstruye paso a paso la ruta seguida por los secuestradores. En efecto Paddy, como lo llamaban sus íntimos, o Mihali, que era su alias entre los partisanos, había pasado un año y medio conviviendo con los cretenses como oficial clandestino ocupado en labores de enlace o espionaje, y ya había trabado contacto con los países balcánicos en el memorable trayecto a pie que narraría en El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua, obras maestras de la literatura de viajes. Esa familiaridad, sumada a la simpatía y al excepcional talento del autor para describir lugares o personajes y contar historias, hace de su balance una obra no meramente informativa, como era en buena medida la de Moss, que se apoyó además en un diario de operaciones, sino una suerte de complemento de los maravillosos libros -Mani y Rumeli- que dedicó a los solares milenarios de la cultura griega, viva e inmensamente atractiva para él que no sentía, como tantos otros filohelenos, el estigma de la decadencia.

La intención de Leigh Fermor no era, por lo tanto, ponerse laureles, sino rendir homenaje a sus socios de la resistencia y celebrar el valor con el que los cretenses en su conjunto plantaron cara a los ocupantes, que reaccionaban con acciones indiscriminadas de castigo. De hecho el predecesor de Kreipe, Müller, objetivo inicial de la misión, era apodado el Carnicero por su bárbara política de represalias, que continuaría hasta la retirada definitiva de los alemanes e hizo que Leigh Fermor se sintiera culpable por las indeseadas -pero no del todo imprevistas, pese a los esfuerzos por atribuir la acción a los británicos en exclusiva- consecuencias del rapto en la población nativa. El secuestro tuvo lugar el 26 de abril de 1944, cuando el general volvía a su residencia oficial en Villa Ariadna, cerca de Cnosos, la casa de piedra que en otro tiempo había alojado al célebre arqueólogo Arthur Evans, uno de los descubridores de la civilización minoica. Disfrazados con el uniforme enemigo, los integrantes de la partida lograron apresar a Kreipe y evitaron durante tres semanas a los miles de soldados que los buscaban por toda la isla. Sorprendentemente, consiguieron sacarlo de Creta.

Del talante de quienes participaron en la operación da cuenta el hecho de que muchos años después, en 1972, se reunieran los supervivientes -incluido el general secuestrado- para asistir a la presentación de otra película dedicada al episodio. El antiguo rehén declaró a la prensa que lo habían tratado con cortesía. Luego, como no podía ser de otro modo, estando Paddy de por medio, el encuentro acabó en una taberna con vinos, bailes y canciones.

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