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El gigante varado

  • Enzensberger se pregunta en un breve ensayo sobre la UE si ésta sería viable sin su déficit democrático.

El gentil monstruo de Bruselas. Hans Magnus Enzensberger. Trad. Richard Gross. Anagrama. Barcelona, 2012. 108 págs. 11,90 euros

Hace unas semanas glosábamos aquí Los hechos son subversivos, el último libro del historiador inglés Garton Ash, donde se hacía una defensa de la integración europea, del fatigado gigantismo de Bruselas, frente a la costumbre centrífuga de cierto conservadurismo británico. Entonces acababan de conocerse los desacuerdos del primer ministro Cameron con las últimas medidas financieras de la Unión Europea; desacuerdo que ha vuelto a reiterarse hace apenas unos días, tras las restricciones sugeridas por Alemania, y que suscitan la vieja cuestión liberal del equilibrio presupuestario, refutada por Keynes en los años 30. De muy diverso linaje es el análisis que Enzensberger acomente en este breve e inteligente libelo: El gentil monstruo de Bruselas, cuyo subtítulo (Europa bajo tutela) indica ya, no sólo el tenor de las cuestiones analizadas en sus páginas, sino el carácter de irónica perplejidad con que Enzensberger se acerca a la quimera europea.

La tesis sobre la que se fundamenta El gentil monstruo de Bruselas reviste, pues, dos aspectos. Por un lado, el carácter benéfico, ilustrado, formativo, de las normas comunitarias (la gentileza del monstruo); y de otra parte, el origen espurio, la naturaleza híbrida -monstruosa- de su proceder, carente del necesario respaldo electoral, y de aplicación inmediata sobre los estados miembros. Garton Ash, al referirse al peligro de las democracias, citaba la tesis de Tocqueville donde se distinguía la corrupción política de los regímenes parlamentarios, de la corrupción popular propia de las tiranías. Enzensberger, dando un paso más allá, acude a la tutela de Étienne de la Boétie, el malogrado amigo de Montaigne, para recordar que es el propio pueblo quien, secularmente, se ha hecho encadenar, rechazando la libertad y eligiendo el yugo. Ambos parecen decir lo mismo. No obstante, mientras Ash señala el mal endémico de las democracias, y por tanto de Europa (la corrupción y el descrédito de las instituciones), Enzensberger está subrayando el carácter abstruso, laberíntico y poco dado a la consulta electoral de la administración europea. A esto cabe añadir la configuración de la propia UE, junto a diversos aspectos como la unificación monetaria, la inclusión de nuevos países o la desigualdad de las economías en liza, que a juicio de Enzensberger han obstaculizado y agravado la marcha de este coloso en horas bajas.

Se da así la paradoja de que, al tiempo que la legislación comunitaria vela por la integridad de sus ciudadanos con asombroso escrúpulo, el concepto de ciudadanía se diluye en un vastísimo corpus legislativo, de naturaleza incierta. A este respecto, Enzensberger hace notar el origen económico de la Unión, a comienzos de la Guerra Fría, y el astuto proceder de su fundador, Jean Monnet, quien sorteó el soberanismo de los países europeos acudiendo a tratados sectoriales y obviando el empeño federal que se vislumbraba al fondo. A dicha figura, extraordinaria por otra parte, atribuye Enzensberger el pecado original de la UE: un "despotismo ilustrado" que se impuso sobre los intereses particulares de cada país integrante, y cuya consecuencia más inmediata es el desequilibrio entre la organización administrativa, entre la ordenación económica, y el tortuoso proceder de su actividad política. Eso bastaría para explicar, según señala Enzensberger, la negativa de ciertos países como el Reino Unido o Suiza a integrarse plenamente en la UE, pues ello supone la cesión de su soberanía a instituciones ajenas al escrutinio público.

Quede claro, en cualquier caso, que El gentil monstruo de Bruselas, el coloso bienintencionado y frágil que nos presenta Enzensberger, no es una refutación de la Unión Europea ni una defensa del soberanismo, contrario a la integración en Europa. Se trata, en rigor, de la oportuna expresión de cuestiones, quizá insolubles, que determinan nuestro futuro más inmediato. No es sólo, pues, la forma en que se construyó la UE, o la ausencia de un gobierno electo, lo que Enzensberger señala con admirable sentido del humor. Más allá de este debate estructural, pero de manera acuciante, lo que se cuestiona en estas páginas es la propia existencia de la Unión, sumida una situación adversa, en los términos actuales. En última instancia, Enzensberger parece preguntarse, a la manera de Monnet, si la UE existiría sin ese déficit democrático, sin la determinación elitista que aquí se denuncia.

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