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La Deseada | Crítica

El cuerpo silenciado

  • Impedimenta prolonga su catálogo consagrado a Maryse Condé con una de las novelas capitales de la autora antillana, ‘La Deseada’, casi una disección de la identidad en clave colonial

Maryse Condé (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1937), en una imagen tomada en 1986.

Maryse Condé (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1937), en una imagen tomada en 1986. / Philippe Giraud

La concesión en 2018 del Premio Nobel Alternativo a la escritora Maryse Condé (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1937), a modo de solución pragmática ante la decisión de la Academia sueca de no conceder su Premio Nobel de Literatura aquel año por los escándalos sexuales de sobra conocidos, reforzó de manera harto notable la proyección de la autora en todo el mundo, por más que el reconocimiento despidiera un aroma considerable a impostura inmerecida dado que, en la nómina de ganadores del Nobel por derecho, la presencia de las literaturas periféricas, especialmente las escritas por mujeres, son todavía anecdóticas. He aquí, al cabo, la división de juicios que se da siempre en estas coyunturas: si alguien no necesita compensaciones, cuotas ni palmaditas bien intencionadas en la espalda, ésa es Maryse Condé, dueña de una de las trayectorias más admirables, sensatas, honestas y fértiles de cuantas ha alumbrado la lengua francesa en el último siglo; por otra parte, si el blasón sirve de puerta de entrada a su obra para más lectores, podría decirse aquello de bienvenido sea. En el mismo ámbito de la lengua francesa se da la paradoja de que Condé es una autora leída, admirada, reconocida y reverenciada por legiones de lectores de manera transgeneracional (recuérdese el reciente homenaje servido casi a título personal por Emmanuel Macron), mientras que los responsables del Premio Goncourt, por ejemplo, nunca han tenido a bien concedérselo. Pero ya se sabe que cuando se trata de abordar la obra de una autora resistente a los mecanismos culturales más centralistas, las paradojas, y más en un sector como el editorial, es inevitable. En cualquier caso, es de justicia agradecer a la editorial Impedimenta su decisión de ofrecer la obra de Condé al lector español a través de la pormenorizada, equilibrada, fiel y brillante traducción de Martha Asunción Alonso. Este empeño se había materializado hasta ahora en los dos títulos más directamente autobiográficos de Condé, Corazón que ríe, corazón que llora y La vida sin maquillaje, a los que se añade ahora una de las novelas capitales de la autora, La Deseada, publicada originalmente en 1997. Este orden no deja de tener gran interés en la medida en que revela una cuestión esencial: a la hora de abordar temas como la identidad personal en un contexto colonial, la ficción permite a Condé abrazar matices, intenciones, ideas y sobre todo claridades a las que su escritura más confesional (por otra parte igual de admirable) no termina de llegar.

Portada de 'La Deseada' Portada de 'La Deseada'

Portada de 'La Deseada' / Impedimenta

La Deseada cuenta la historia de tres mujeres de tres generaciones distintas unidas por sus vínculos familiares. Pero la protagonista esencial es Marie-Noëlle, hija y nieta, en quien sus antepasados encuentran una existencia precisa a través justo de una evocación hecha por igual de memoria y literatura. Condé comienza su novela con una descripción orgánica, generosa en detalles y sin escatimar recursos, del parto con el que Marie-Noëlle es traída al mundo, y con ello asienta una premisa esencial: La Deseada aborda la posibilidad de una identidad personal en una realidad colonial, pero esa realidad no es una abstracción, ni siquiera una construcción teórica, sino que se concreta de manera firme en el cuerpo; es ahí donde empieza la opción de reconocerse y es ahí también donde Marie-Noëlle se siente de ninguna parte: “Nací en La Deseada. La Deseada tiene mala prensa entre los guadalupeños, porque antiguamente allí se mandaba a los maleantes y a los leprosos, y también porque la tierra es yerma. Nada crece. Ni la caña de azúcar. Ni el café. Ni el algodón. Ni el ñame. Ni la batata”. Se da aquí una suerte de fatalidad calderoniana: ni en Marie-Noëlle, ni en su madre ni en su abuela la tierra puede dar mucho fruto, como trasuntos de la misma isla. Los partos son así más accidentes que verdaderos acontecimientos, más inclinados a la costumbre que al deseo. Las relaciones humanas se dan en un extraña abulia en la que la violencia es siempre una opción probable. Marie-Noëlle es una criatura sin raíces, desprovista de una certeza nunca nombrada que le permitiría sentirse parte del mundo. Vendida como esclava, o acaso objeto de un intercambio perfectamente comprensible en estos términos, la joven protagonista inicia un periplo que la lleva a Francia y a EEUU, un viaje sin billete de vuelta que no puede llamarse exilio porque si algo sabe Marie-Noëlle es que no tiene un hogar al que volver, un pasado con el que identificarse, una memoria de la que sentirse heredera. La única evidencia a la que puede aferrarse es su cuerpo, curtido a base de esta violencia, un desapego cruel; pero el paso del tiempo le revela que tampoco ese refugio es duradero.

Condé plantea en su novela los efectos del colonialismo en términos emocionales

Maryse Condé plantea en su novela los efectos del colonialismo no en términos culturales ni económicos, sino afectivos y emocionales. Los que corresponden a los individuos que ya desde su nacimiento quedan obligados a adoptar códigos que difícilmente van a poder percibir como propios. Aquí, el mismo cuerpo constituye primero un obstáculo que más tarde se convertirá en asidero agónico, finalmente, también, inútil. A través de los distintos personajes que Marie-Noëlle conoce en su odisea, siempre en clave de dependencia, como a través de una permanente pared de cristal (la imposibilidad de reconocerse entraña la imposibilidad de reconocer al otro, de ahí que la violencia sea siempre una carta en la baraja), el hueco que habita en su cuerpo crece hasta silenciarlo por completo: “El monstruo, aunque no demuestre a las claras síntomas de su naturaleza (...), lo aniquila todo a su alrededor”. Se ha escrito mucho sobre el compromiso de Maryse Condé con las minorías, con las mujeres, con los marginados de la Historia; pero conviene subrayar, también, que ese compromiso se define aquí en la asombrosa construcción de un personaje sin brújula, al que le ha sido negada la misma Historia y al que sólo le quedan las afueras. Este cuerpo silenciado constituye una cima literaria sin mucho parangón en las últimas décadas. De ahí que su lectura sea justa y necesaria.

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