Cultura

La cuadrícula ilustrada

  • Anthony Pagden ahonda en los precedentes, rasgos y efectos de la Ilustración en la obra más completa sobre el tema en años.

LA ILUSTRACIÓN. Anthony Pagden. Trad. Pepa Linares. Alianza Editorial. Madrid, 2015. 544 páginas. 32 euros.

Probablemente, desde que apareciera el Encyclopédie de Philipp Blom, en 2007, no se había vuelto a editar una obra de tanta repercusión, y de parejo rigor, sobre el siglo XVIII y su formidable empresa erudita. Quizá con la excepción de La edad de los prodigios de Richard Holmes, excelente obra que se ocupa, más que de la propia formación y difusión de las Lumiéres dieciochescas, de su vertiginosa expansión científica en el siglo romántico; quizá con esa salvedad, digo, La ilustración de Anthony Padgen es la obra más relevante dedicada a tal tema en los últimos años; una obra, por otra parte, de mayor ambición que las citadas, y que pretende mostrar al lector la completa cuadrícula ilustrada, no sólo en cuanto atañe a sus precedentes (el Renacimiento del XV-XVI y el cientifismo del XVII), sino en los numerosos efectos que acarreará, a veces de forma inesperada. Entre estos campos de nueva roturación, debidos indirectamente al Enlightment, cabe incluir el giro anti-ilustrado de primeros del XIX, cuyo alcance, todavía visible, llegará a la filosofía de la segunda mitad del XX, ejemplificada aquí en Lyotard y Heidegger, en Adorno y Horkheimer, pero de la que resulta fácil dar otros ejemplos.

La pregunta de la que parte Pagden, pues, es una pregunta en apariencia obvia: ¿qué es Ilustración? Una pregunta a la que ya había respondido Kant en su célebre artículo, titulado de igual modo, y que firma en Könisberg el último día de septiembre de 1784: "Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo". Y continúa Kant más abajo: "Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración!". Quiere decirse que, para los ilustrados, la ilustración es el vasto movimiento por el cual el hombre, sirviéndose de la Razón, ordena el mundo. Un mundo que no es sólo el mundo físico, la biología, la botánica, la geología, la astronomía, la química, las ciencias naturales y cuantas investigaciones se dirigen a elucidar la realidad circundante. Se trata también del mundo moral, de la felicidad humana y de las leyes que deben regir su convivencia. La propia concepción del hombre como especie unitaria, idéntica bajo los diversos aspectos que presenta en la geografía del globo, es otro de los grandes hallazgos de la Ilustración, que a partir de ahí postulará la sociedad, no como una creación de la divinidad, sino como fruto necesario de la especie. Pagden acude a Hobbes, a Locke, a Hume, Shaftesbury, para explicar tal deriva; una deriva, de radicales consecuencias, que al cabo supondría desplazar la religión desde su antigua primacía, que infiltraba toda la arboladura del Estado, al ámbito de lo privado. Es decir, que la Ilustración es la que abre una vía, aún hoy en disputa, que resulta indispensable para definir a las sociedades democráticas.

Sobra decir, por otra parte, que la democracia, en su concepción actual, es el fruto prominente -y fragilísimo- de la empresa ilustrada. Si el Renacimiento supuso el re-descubrimiento de la Naturaleza, su conquista prensil por parte de la geometría y la ciencia, la Ilustración conquistará todos los ámbitos donde el hombre se despliega. Recordemos que para Erasmo el pueblo es todavía "esa bestia enorme y vigorosa". Sin embargo, para Voltaire, para Diderot, para Holbach, para Montesquieu, para Beccaria, el pueblo será ya una fuente privilegiada de derechos. Digamos que la diferencia entre Da Vinci y Condorcet, el ilustre matemático, es la propia conciencia de la res publica, de la articulación social, del Estado, que ahora se nos presenta como una suerte de naturaleza humana sobrepuesta y contraria a la Naturaleza roussoniana del buen salvaje. Parece claro, por lo demás, que será el colofón sangriento de la Revolución francesa, junto con la aventura imperial del Gran Corso, quien haga girar al siglo desde su devota entrega a la Razón, desde su fe en la escueta horma ilustrada, hacia unas fuerzas en las que la Razón no penetra: el nacionalismo, los sentimientos y el giro religioso del XIX. En este sentido, Pagden recuerda que Adorno y Horkheimer, en 1944, achacarán a la fría razón dieciochesca la abominable herencia de Auschwitz y Mauthausen. No obstante, sería más exacto sería decir que la razón ilustrada, aplicada a los nuevos intereses del XIX (la raza, el colonialismo, la frenología, el darwinismo social, etcétera), traerán el pavoroso fruto del exterminio científico y masivo en Europa.

Hagamos, por último, algunas precisiones a esta excelente obra de Pagden. A los críticos de la Ilustración, que Pagden data desde el nacionalismo del XIX a la posmodernidad de Lyotard y el existencialismo de Heidegger, cabría añadir tanto el irracionalismo de Bachelard y Bataille, como la influyente y conspicua filosofía de Foucault, centrada en la coerción y el poder del Estado. En cuanto a las fuentes de la Ilustración, Pagden insiste en dos hechos determinantes: las proclamas de Lutero y el descubrimiento de América. Se olvida así de otros dos hechos que alejan la Ilustración del orbe anglosajón, del ámbito de la Protesta, y lo acercan a la Europa continental. Me refiero al poderoso influjo del Renacimiento, apenas mencionado aquí, y al heliocentrismo de Nicolás Copérnico. Ambos hechos, relacionados estrechamente con Roma y el catolicismo, operan contra la visión de Pagden. Ambos hechos, no obstante, son de tal importancia que difícilmente pueden orillarse para explicar el XVIII. Cuando Herschel, a finales de siglo, postule una infinidad de mundos en un mundo infinito, lo hará aupado sobre los hallazgos de Brahe, de Copérnico, de Keppler, de Galileo, y en suma, sobre una tradición científica vinculada, no sólo a la Protesta, sino también a la Roma del XVI-XVII. Cuando el protestante Winckelmann postule su versión del mundo griego, de amplísima influencia, lo hará apoyándose en la vasta herencia artística, científica y erudita del Renacimiento italiano. Consignemos, en fin, otro pequeño olvido de La Ilustración de Pagden: el gran Cesare Beccaria, napolitano y padre del Derecho Civil, es apenas un figurante melancólico en este formidable fresco dieciochesco.

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