Cultura

La consistencia del aire

  • Un joven de 25 años y propenso a la pieza satírica y a la broma ingeniosa: ese es el Chéjov que recoge este segundo tomo de sus 'Cuentos completos'

Cuentos completos (1885-1886). Antón P. Chéjov. Edición de Paul Viejo. Páginas de Espuma. Madrid, 2014. 1.136 páginas. 39 euros.

A finales de marzo de 1886, un sexagenario Dimitri Grigoróvich le escribe al joven Chéjov: "Estoy convencido de que está usted llamado a escribir varias obras de arte destinadas a la inmortalidad. Cometerá usted un terrible pecado si no satisface estas expectativas. Para que esto ocurra es imprescindible que empiece por respetar su genio". Y continúa Gregoróvich: "Abandone toda labor innecesaria". En años sucesivos, la obra de Chéjov seguirá el camino indicado por Gregórovich, espaciando más su producción y abandonando la prosa periodística, la literatura de ocasión, que hasta entonces había formado parte de su voluminosa obra. El paso previo (1885-86), los dos años anteriores al comienzo de este paulatino giro, son los que se incluyen en el presente volumen, segundo de los cuatro previstos, cuya laboriosa edición ha sido obra del escritor Paul Viejo.

¿Se debió este cambio de Chéjov a la noble y generosa advertencia de un consagrado Grigoróvich? De la correspondencia mantenida entre ambos, bien pudiera deducirse así. También podría concluirse que Grigoróvich estaba poniendo por escrito lo que Chéjov, en la intimidad de su corazón, ya sentía como una necesidad punzante e inconcreta. El caso es que, a la altura de 1885, Chéjov es un joven de 25 años, de cierta relevancia literaria, cuya juventud le impulsa tanto a la pieza satírica, a la broma ingeniosa, como a una acusada fertilidad literaria. Obviamente, esta fertilidad no es sólo obra del carácter de Chéjov; en dicha disposición hay que señalar uno de los grandes fenómenos del XIX, que determinará la obra de buena parte de los escritores a uno y otro lado del Atlántico: ese fenómeno no es otro que la prensa. Y añadido a la prensa, el círculo ambarino y famélico de la bohemia. Chéjov, pues, el Chéjov joven, socarrón, escéptico, de escritura fácil de aquellos años, es tanto el resultado de su propia vocación como de los nuevos modos en que la literatura se expresa. Y como tales productos periodísticos (de gran calidad, en muchos casos), hay que leer la mayor parte de estos escritos, cuya razón de ser -la pieza corta, el relato, la narración breve- se solapan y confunden con la voracidad y la urgencia de las rotativas. Ésa es también la probable razón del tono humorístico de muchos de los relatos aquí incluidos. No es necesario recordar al lector el éxito que la caricatura, que el suelto humorístico, que la parodia de otros géneros (recordemos aquí el monstruoso ataque a Charlie Hebdo), adquiere en todas las artes a partir del siglo XVIII, desde Hogart y Goya a las viñetas de Punch, y desde Aloysius Bertrand a Toulouse-Lautrec y James Ensor.

Por otra parte, y como bien sabemos, el siglo XIX fue el siglo del artista total, del arte absoluto, cuya figura tragicómica, entre lo sublime y lo grotesco, se sustancia naturalmente en el bohemio. Quiere decirse que todos los temas de su siglo están presentes, de un modo u otro, en este volumen de Chéjov: la figura risible y melancólica del artista, la sombra poderosa de la ciudad, el estrépito de los tribunales, el arte como farsa, la soledad de la urbe y ese tedio crispado y abisal que posee a buena parte de los personajes de aquella hora de la literatura rusa, desde un lejano Lermontov a Dostoievski y Tolstoi. Acudiendo al símil pictórico, tan querido por el Romanticismo, podríamos aducir que en estos cuentos de Chéjov encontramos el paso desde un simbolismo a lo Gustave Moreau (un simbolismo en el que asoman viejos dorados bizantinos, como en su relato Arte) al plein air del impresionismo. Se trata, en suma de la conquista del aire; de su tenue consistencia, y del esfuerzo por desprenderse, no sólo de una manera de escribir, sino de una temática, que se irá haciendo más depurada, más sutil, más incorpórea, hasta llegar a la pureza ajardinada de su relato La broma. Digamos que el arte de Chéjov, en el que están tan presentes la naturaleza y el paisaje rusos, es el paso del meteoro crispado y en desorden de los románticos, a la dulce y ordenada brisa donde los hombres gozan y se engañan y no son felices.

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