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Cultura

La ciencia del sueño

  • Roudinesco retrata a Freud como un coloso del siglo XX, una admiración que quizás empañe una obra de indudable ambición y numerosos logros.

Freud en su tiempo y en el nuestro. Elisabeth Roudinesco. Trad. Horacio Pons. Debate. Barcelona, 2015. 624 páginas. 29,90 euros.

Hace cuatro años, Michel Onfray firmaba una biografía de Freud donde se utilizaba el psicoanálisis para desprestigiar y desmitificar al autor del método psicoanalítico. El título de la obra, Freud, el ocaso de un mito, daba indicio suficiente de la intención del filósofo francés, si bien el resultado de sus indagaciones no se hallaba a la altura de tal empeño. Digamos que Onfray partía de una abierta animadversión por la figura y la significación histórica del personaje, en tanto que este Freud de Roudinesco parte de la situación contraria. El Freud que se baraja en esta obra es un coloso del pensamiento y la clínica del siglo XX. Un coloso ególatra, dubitativo, neurótico y contradictorio. Pero coloso al cabo, nimbado por la fascinación del genio.

Si hemos de empezar por lo menos atractivo de esta obra (obra de indudable ambición y numerosos logros), quizá quepa señalar la profusión de datos y referencias que no resultan familiares salvo para los eruditos en Freud. Si nadie ignora que Freud y lo freudiano conforman una vastísima logia con escisiones, detractores y conversos, también resulta obvio que tales asuntos no son del dominio público y quizá sean poco adecuados para una obra que pretende una amplia divulgación. Al margen de este abuso erudito, por lo demás ameno y llevadero, la formación historiográfica de Roudinesco aborda al personaje desde la perspectiva adecuada, la cual no es otra que su significación histórica. No queda claro si, como dice Onfray, el psicoanálisis es una fenomenal estafa. Lo que sí resulta obvio es que el psicoanálisis, la interpretación de los sueños, la profusa terminología que hemos heredado de Freud (el yo, el ello, el inconsciente, lo reprimido, etcétera), son parte sustancial del imaginario del XX, y como tal hay que prestarles una particular atención, si queremos entender al hombre de aquellos días y su expresión más notable: las vanguardias.

Por otra parte, Roudinesco se refiere a Freud como a un genio romántico que inspeccionó las zonas oscuras de la Ilustración, abriéndose a un ámbito desconocido. Con mayor exactitud, sin embargo, cabría decir que Freud culmina, de algún modo, el ideal ilustrado, formulando científicamente unos aspectos del saber que sólo en el Romanticismo cobrarán una radical importancia: la locura, la sexualidad, la anomalía del arte, y cuantas parcelas de la psique humana no parecían sujetas al análisis. Es decir, que Freud -y con Freud muchos otros- pretendía someter a medida y escrutinio todo aquello que, en principio, quedaba fuera del ámbito natural de las Lumières dieciochescas. Ese es el logro indudable de Freud -los mecanismos de la memoria, las pulsiones que nos dirigen, el sustrato último de lo humano- y la razón misma de este provechoso ensayo. Esa es la aventura, excepcional y apasionante, que aquí se narra de modo meticuloso y con una información digna de encomio.

El hecho mismo de que sus discípulos enfocaran sus indagaciones de diverso modo (Adler hacia la sociología, Jung al campo de los mitos y la antropología), no hace sino mostrar la amplitud y la relevancia de tales estudios. Jung, como sabemos, se reía de las neurosis de Freud y de su miedo a las momias. Lo cual no quita que el propio Jung se convirtiera en una suerte de medium que, a decir de él mismo, tenía la facultad de predecir el futuro. Sea como fuere, uno echa de menos una mayor atención a la figura de Giovanni Morelli en la genealogía intelectual de Freud. Su técnica de atribución de obras de arte, basada en las huellas involuntarias del artista, tendrían una notable influencia en la técnica psicoanalítica. Si a esto añadimos la relectura, la actualización de los mitos clásicos que da cuerpo a la obra de Freud, quizá se haga patente por qué la obra de Freud no es sólo una teoría del intelecto humano, sino una poderosa y fértil literatura.

Como nieto de la Ilustración, Freud viene prefigurado por la cultura greco-latina que dominó su época. Como hijo del Romanticismo, Freud es un amante de lo secreto, de lo oculto, de lo enterrado en el subsuelo anímico. Su técnica no es sino una arqueología -como la de Schliemann o Shulten-, aplicada ya a las pasiones del hombre. De esa conjunción saldrá el complejo de Edipo. De esa lectura atenta, y sin embargo excéntrica, ha emergido el hombre contemporáneo, instigado por la culpa, urgido por el deseo, salvado por el sueño.

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