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Cultura

Ridruejo en campaña

  • La nueva edición de los 'Cuadernos de Rusia' rescata el excepcional diario donde el escritor y jerarca falangista reflejó su experiencia como soldado de la División Azul.

Cuadernos de Rusia. Dionisio Ridruejo. Edición de Xosé M. Núñez Seixas. Prólogo de Jordi Gracia. Fórcola. Madrid, 2013. 448 páginas. 24,50 euros.

El centenario de Dionisio Ridruejo (1912-1975) no ha sido especialmente celebrado, pero al menos ha dejado algunas novedades editoriales de interés, como la puesta al día de la biografía firmada por su antiguo secretario Manuel Penella, la compilación de los Ecos de Múnich al cuidado de Jordi Amat (ambos en RBA) o la reedición, excelentemente anotada por Xosé M. Núñez Seixas, de los Cuadernos de Rusia (Fórcola), publicados por primera vez tras la muerte del poeta en un volumen (1978) impulsado por el editor Rafael Borràs. Era por lo tanto un libro conocido, pero la edición de Núñez Seixas, además de una introducción exhaustiva que muestra una familiaridad admirable con el contexto de aquellos años (1941-1942), contiene centenares de notas muy precisas donde se amplían o contrastan los datos e impresiones de Ridruejo con los aportados por otros divisionarios que pusieron por escrito sus recuerdos de la expedición -o con sus propias cartas de esos meses, en particular las dirigidas a su íntima amiga Marichu de la Mora-, aportando valiosa información complementaria sobre el sentido de la empresa y sobre el modo como la vivió y reflejó el diarista.

Ridruejo se alistó en la División Azul, una iniciativa del entorno falangista ligado al ministro Serrano Suñer, cuando mayor era su afinidad hacia los principios totalitarios del fascismo. Admiraba sinceramente los logros de la Alemania nazi y soñaba con trasplantar ese Nuevo Orden a la arrasada España de la posguerra. Percibía que el Estado surgido de la "Cruzada" -término que le disgustaba- era sólo formalmente falangista, pero confiaba en que la verosímil victoria de Alemania daría un impulso definitivo a la fascistización de sus estructuras. Fue tras la vuelta, al confirmar que los propósitos revolucionarios del régimen no iban más allá de los discursos altisonantes, cuando comenzó el lento proceso de distanciamiento que lo llevaría -como consecuencia del temerario envío de una famosa carta a Franco (julio de 1942) en la que le reprochaba su inmovilismo- a su primer "confinamiento" en Ronda, donde pasó a limpio las notas tomadas en sus diarios para un libro que permaneció inédito durante décadas. Su disidencia era de un signo muy otro al que tomaría más tarde, cuando ya en los 50 abandonó sus ideales de juventud para virar poco a poco a la socialdemocracia. En 1941, Ridruejo, como muchos otros falangistas, era más fascista que Franco, que de hecho nunca lo fue, demasiado conservador para tomar en serio las exaltadas proclamas de sus aliados ocasionales y dispuesto a pasar página en cuanto el rumbo de la guerra aconsejó cambiar de lealtades.

Ridruejo hizo en coche buena parte de la larga marcha a pie que llevó a la División al frente del Voljov, junto a su amigo Agustín Aznar, no entró apenas en combate -aunque tuvo ocasión de probar su valor como miembro de una compañía antitanques-, pasó algún tiempo en los hospitales de la retaguardia y viajó en dos ocasiones a Berlín. Sus apuntes en prosa no varían el ya asentado retrato del Ridruejo de esos años, pero destacan por su calidad literaria entre las no escasas evocaciones de los veteranos de Rusia. Los poemas de campaña, en cambio, reunidos después en Poesía en armas (1944), son bastante medianos, lastrados por un ingenuo idealismo que rebaja la tensión emocional que sin duda sentía. Incluso concediendo que su efecto sirve a un propósito en buena medida extraliterario, y teniendo en cuenta que el bravo soriano no fue nunca un poeta comparable a Rosales o Panero, son versos, los aquí recogidos, casi siempre encorsetados, correctos en lo formal pero poco o nada conmovedores.

La admiración que el poeta sentía por Alemania no se extendía a muchos de los alemanes, civiles o militares, con los que se cruzaron los divisionarios, fríos, despectivos e incapaces de sentir empatía hacia los voluntariosos combatientes, partícipes de una guerra que no era en absoluto la suya. Los soldados españoles podían ofrecer un aspecto lamentable o tender a la indisciplina, pero cuando llegó la hora de la verdad dieron muestras sobradas de coraje. Comenta también Ridruejo, que se alistó como soldado raso aunque no sin privilegios, el conflicto entre los mandos del Ejército y los jerarcas falangistas, las aventuras donjuanescas de sus camaradas, sus impresiones de un paisaje que por momentos le recuerda las interminables llanuras de Castilla. En relación con la persecución de los judíos, dado que el paso de la División por aquellas tierras fue anterior a la puesta en práctica de la "decisión final", los españoles no pudieron conocer (entonces) los campos de la muerte. Sí presenciaron, aunque Ridruejo no se extiende al respecto, ejecuciones y terribles escenas de cautiverio o trabajos forzados, pues los asesinatos en masa dejaron en lugares como Polonia, Lituania o Bielorrusia cientos de miles de víctimas ya antes del Holocausto. Como otros divisionarios, Ridruejo, que no era especialmente antisemita, se compadece del destino de los judíos, pero su relativa solidaridad no le impide manifestar una desconfianza "heredada". Por los campesinos rusos, misérrimos, siente a veces conmiseración y otras un desdén que no le impide celebrar la "Rusia auténtica".

Como dice Gracia, la experiencia de Ridruejo supuso la "despedida definitiva de una prolongada juventud", al ponerlo en contacto con la realidad de la guerra que hasta entonces no había visto de cerca. Enfrentado a la rudeza de la vida militar, el poeta se obligó a asimilar sus incomodidades y privaciones, pero está claro que no tenía temperamento de soldado. Vio el combate como una "oportunidad" en los años "más contradictorios, desgarrados y críticos" de su vida, como escribiría en Casi unas memorias. A la vuelta de los años, era un hombre muy distinto, pero siempre recordaría su experiencia en Rusia como un periodo decisivo.

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