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De libros

Música peninsular

  • 'Iberia'. Fernando Pessoa. Trad. Antonio Sáez Delgado. Pre-Textos. Valencia, 2013. 220 páginas. 17 euros.

Desde la Unión Ibérica de don Juan Valera, que despuntó mediado el XIX, al melancólico iberismo de Saramago, hemos visto declinar una idea de lo peninsular que encuentra en el Romanticismo, en el problema de la identidad, su fundamento último. En Pessoa, esta Iberia político-cultural viene trufada por el sebastianismo y el folclore, por la urgencia banderiza de la Grand Guerre, así como por un concepto de superioridad inherente a los nacionalismos de aquella hora. Dicho concepto se expresa como un imperialismo futuro que, a diferencia de los viejos imperios coloniales, habrá de ser cultural, vale decir, sugestivo, y cuya eficacia vendrá de una confederación entre las naciones naturales de la península: Portugal, Castilla y Cataluña.

Pessoa, pues, el beligerante Pessoa que se desprende de estas páginas, no es ajeno a los conflictos identitarios del XIX-XX. Y con mayor precisión, a la necesidad de identificación política, racial, lingüistica y de todo orden, que se deriva del pensamiento alemán posterior a las conquistas de Napoleón y la Historia de la Filosofía de Herder. Sáez Delgado hace una pormenorizada glosa de la amalgama intelectual de la que se nutre el poeta, tanto a finales de la Primera Guerra Mundial, como a primeros de los años 30. D'Ors, refiriéndose al hipnótico ideario de Sabino Arana, dice que "la música no se refuta". El ideario imperial de Pessoa, fundamento de su confederación de naciones, es una vaga mezcla de cultura clásica y herencia musulmana, que viene a distinguirnos del francés superficial, del alemán ordenado y del británico mercantilista. Con eso habremos de conquistar de nuevo el globo. Por otra parte, hay algo de Ganivet (que quizá no leyó) y algo de Nietzsche en la ardorosa ingenuidad con que está escrita esta Iberia. También un insistente biologismo, que equipara cuerpo y nación, en la línea que Mauricio Maeternich utilizó para La vida de las abejas. Y no es la menor de sus incongruencias que Pessoa reclame la herencia árabe, siendo un devoto sebastianista. En cualquier caso, se trata de un raudo y sorprendente esbozo en el que se evidencia, más que la hermandad hispano-lusa y su futuro triunfo cultural, el perentorio olvido en que ambos países se encontraron.

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