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De Libros

Esplendor en la hierba

  • Joaquín DHoldán explora en 'Genios del fútbol' la peculiar relación que ha existido siempre entre el 'deporte rey' y la cultura. Pasolini, Nabokov o el sevillano Silvio aparecen en el libro

Pelé, en una escena de 'Evasión o victoria', de John Huston.

Pelé, en una escena de 'Evasión o victoria', de John Huston.

El Mundial de Rusia va acabando ya para alivio de sus sufridores y, de igual modo, para los añorantes del balón por la vía ultra.

Se entiende el hartazgo de quienes detestan el deporte rey (otra expresión más –se dirá– del capitalismo patriarcal). Pero hay quienes están deseosos del reencuentro con el verdadero balón de los veranos. El fútbol de pretemporada forma parte del ciclo vital del forofo. Bajo el calorín de julio y agosto nuestro equipo de fútbol va ahormándose para la Liga venidera. Los nuevos fichajes posan recién llegados al aeropuerto y muestran el pulgar hacia arriba con insólita originalidad. A quien se marcha de nuestro club o se le ignora o se le maldice.

En verdad los amistosos estivales no deparan nada excitante. Pero la cita con el aburrimiento forma parte de un encanto espiritual. Por eso nos molesta que este Mundial fundido en su copa de oro no haya acabado todavía. Queremos que ruede el otro balón. Y queremos, además, que ruede cansinamente como lo hacía antaño, cuando nuestro equipo disputaba bolos soporíferos, en torneos de la baja Andalucía, y no se iba de gira internacional con pretencioso afán de nuevo rico.

No obstante, si algo tienen de bueno los Mundiales, es que suelen salir a colación del evento algunos libros sobre la ciencia del fútbol. La biblioteca balompédica aumenta cada cuatro años. Comentábamos hace poco el ensayo de Simon Critchley y ahora nos ocupamos de este otro libro, Genios del fútbol, del dramaturgo y escritor uruguayo afincado en Sevilla Joaquín DHoldán.

El autor ha reunido una gavilla de textos que, a modo de estampas, muestra la peculiar relación que ha existido siempre entre el fútbol y la cultura (escritores, científicos, pintores, cineastas, etcétera). Lo primero es reseñar que DHoldán es súbdito de la República Oriental del Uruguay (tal es el nombre completo del país sudamericano). A Uruguay le debemos la paternidad genital del fútbol. Los uruguayos ganaron ante Argentina el primer mundial oficial que se celebró en 1930. Por eso dijo Pelé que "si Inglaterra es la madre del fútbol, Uruguay es el padre".

No hay que olvidar tampoco aquella conmoción planetaria que se produjo un domingo de julio de 1950. Se conoció como el célebre Maracanazo. Brasil, con su cuerpo de ejército imbatible, disputó la final del mundial de aquel año frente a Uruguay. El país carioca estrenó para la ocasión su colosal ágora, el protuberante estadio de Maracaná (200.000 almas). El griterío debía recordar a la jauría del circo romano o al fervorín político que invadía al hipódromo bizantino de Constantinopla. Entre los misterios de la historia de la humanidad se encuentra la forma en que Uruguay pudo escamotear a Brasil la gloria de aquella tarde inolvidable. Ganó 2 a 1.

Joaquín DHoldán no puede obviar esta relación entre el fútbol y su pasaporte de cuna. Así se refleja en los textos dedicados al escultor Hebert Riguetti y al fotógrafo Pedro Luis Raota. Ni que decir tiene que resultan obligadas las alusiones a los montevideanos y futboleros declarados como Eduardo Galeano (El fútbol a sol y a sombra) y Mario Benedetti (El césped).

Muchas de las estampas están basadas en episodios reales, pero a los que DHdoldán les da una revuelta de ficción. De ahí, por ejemplo, la pieza dedicada a Nabokov y a cómo alumbró su célebre novela Lolita mientras ejercía de portero de fútbol. El antropólogo Desmond Morris, autor de El mono desnudo, firmó también junto con su esposa uno de los grandes libros de la ciencia balompédica: La tribu del fútbol. Para Pasolini, el más grande intelectual del fútbol, el máximo goleador de la temporada era siempre el mejor poeta del año.

Alude el autor a la película de John Huston Evasión o victoria. La pieza nos aclara que el guión final de la cinta no obedeció a los hechos reales que acontecieron en la Segunda Guerra Mundial. El filme debe su origen a la tragedia que sufrieron en Kiev los jugadores y prisioneros soviéticos del F.C. Start por parte de los nazis.

La nómina de los cantantes y creyentes en el dios redondo la integran Chico Buarque, Rod Stewart y el rockero sevillano Silvio Rodríguez Melgarejo (Silvio). En la glosa sobre Rod Stewart y sobre cómo lloró como hincha del Celtic en un partido contra el F.C. Barcelona, se halla el abrigo emocional, lo que distingue al fútbol de otros deportes como víscera de la pasión por encima de la mera estética. De Silvio, sevillista inmortal, se nos recuerda que su famosa canción dedicada al Betis (versión a su vez de otra canción de Elvis Presley) fue debida al pago de una apuesta que perdió con un amigo bético. En los conciertos cantaba aquello de "¿Dónde está mi Betis?". No llegaba a pronunciar el nombre del vecino y decía "Eeeetis". Y por lo bajini añadía: "¡En Segunda!".

El fútbol, caso de Silvio, es un santoral profano y una enciclopedia de inefables.

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