Cultura

Egos desmedidos

  • 'El eclipse de Yukio Mishima'. Shintaro Ishihara. Trad. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Gallo Nero. Madrid, 2014. 152 páginas. 17 euros.

Admirable en muchos aspectos y profundamente antipática en otros, la controvertida figura de Mishima mantiene un poder de seducción que se sobrepone casi milagrosamente a las nocivas fantasías de su ideario, un cóctel imposible hecho de orgulloso resentimiento, vagas nostalgias imperiales y culto de la violencia militarista. Su caso no excepcional ejemplifica hasta qué punto es posible que convivan en un mismo individuo el gran escritor -de eso no cabe duda, pasado el tiempo en que estuvo de moda celebrar sus excentricidades- y el perfecto fantoche, tanto en la primera acepción de "persona grotesca y desdeñable" como en la segunda de "sujeto neciamente presumido". Algo hay, con todo, que sigue fascinando en Mishima, algo que no tiene que ver con el morbo ni con la calidad de su escritura, relacionado con el enigma de su personalidad torturada o con el espectáculo, penoso pero instructivo, que ofrece una inteligencia poderosa cuando se deja arrastrar por los demonios.

Obra de Shintaro Ishihara, escritor y político nacionalista que aparece junto a Mishima en una muy difundida fotografía de 1956, el mismo año en que este, ya consagrado, publicó El rumor del oleaje (Alianza) y su joven amigo se estrenaba con La estación del sol (Gallo Nero), El eclipse de Yukio Mishima (1991) traza un retrato no demasiado halagüeño, certero en términos generales aunque deliberadamente incompleto. Ishihara da en el clavo cuando señala el ego desmedido -"una exagerada conciencia de sí mismo"- o la pulsión narcisista de Mishima, las mixtificaciones que caracterizan los pasajes autobiográficos de su obra o la obsesión por el cuerpo -por la apariencia física, más bien, pues el apologista de la disciplina no destacó en los deportes ni en las artes marciales- que lo llevó a ejercitarse en el culturismo. Siendo valiosa, sin embargo, su semblanza, que se acompaña de tres interesantes entrevistas donde se aprecia la creciente distancia entre ambos, transmite una impresión de mezquindad, pues el antiguo protegido -"testigo de su dolorosa disgregación"- multiplica los reproches al maestro y apenas encuentra espacio para explicar las razones por las que un día lo admirara. No cabe pasar por alto, en fin, que el propio Ishihara, varias veces gobernador de Tokio, se ha distinguido por una irreprimible tendencia a las declaraciones patrioteras.

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