Cultura

Descifrar el mundo

  • 'LA FORMA INICIAL. CONVERSACIONES EN PRINCETON' . Ricardo Piglia. Sexto Piso. Madrid, 2015. 248 páginas. 19 euros.

Además de escribir algunas de las mejores y más consecuentes novelas argentinas de las últimas décadas, Ricardo Piglia se ganó la vida durante muchos años dando clases en la Universidad de Princeton donde, aparte de enseñar a leer a sus privilegiados alumnos, pudo dar rienda suelta o matizar muchas de las ideas que de un modo u otro han atravesado siempre sus ficciones. A estas alturas se ha convertido en un tópico señalar ciertos elementos comunes entre la obra de Piglia y las raíces o fundamentos del universo de Borges, y lo cierto es que muy pocos escritores después de éste -con ensayos explícitamente dedicados al asunto como El último lector pero también con sus novelas llenas de "lectores obsesivos o profesionales, descifradores de códigos, productores de textos, codificadores, urdidores de situaciones, máquinas que cifran el mundo"- han reivindicado, como Piglia, la lectura como actividad literaria suprema, pretexto y fundamento de la escritura misma.

Este volumen recoge artículos, entrevistas, charlas y conferencias -él prefiere llamarlas "conversaciones"- que con la inmediatez y la improvisación propias de la oralidad -por lo cual impresiona más aún la formidable inteligencia de Piglia- tratan, por lo general, de la experiencia de escribir y enseñar literatura, y en particular de la evolución de los modos de narrar. Como sus novelas y cuentos, a veces más crípticas (Respiración artificial, La ciudad ausente, Prisión perpetua...), y cada vez más claras debido a la fascinación por la lógica de un género tan popular como la novela policial (Plata quemada, Blanco nocturno, El camino de Ida...), el discurso de Piglia va generando meandros que en muchos pasajes alcanzan un notable grado de abstracción y a ratos cuesta hasta imaginarlo en un bar, dejándose rozar al menos un poco por la vida mundana y prosaica, pero el caso es que merece la pena pararse a pensar con él -acerca de los medios de comunicación, de Onetti y otros autores predilectos, del impulso de narrar como manifestación inequívoco de la conciencia humana, entre muchas otras cuestiones- para concluir que, en efecto, la lectura no es algo que se agote al cerrar un libro, sino el ejercicio permanente, hermoso pero sobre todo necesario e inevitable, de intentar descifrar el mundo.

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