Cultura

Darwin y el Apocalipsis

  • En un libro extraordinario, Timothy Snyder analiza no sólo el horror nazi, sino también la posibilidad de que hechos de ese tipo ocurran de nuevo.

Tierra negra. Timothy Snyder. Trad. P. Aguiriano, I. Clavero, I. Oliva y D. Paradela. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 528 páginas. 24,90 euros.

En algo más de un año, Galaxia Gutenberg ha editado dos libros excepcionales; libros cuya temática concierne a las guerras que han afligido al siglo XX, pero cuyas implicaciones se extienden particularmente a nuestros días. En enero de 2014 se publicó Sonámbulos, donde el historiador australiano Christopher Clark analizaba minuciosamente los errores diplomáticos que llevaron a las potencias europeas de 1914 a una guerra devastadora que no esperaban. De aquella diplomacia abstrusa, a menudo ciega y llena de prejuicios, se derivó una destrucción sin precedentes y el germen de una política continental que llegaría a su ápice dos décadas más tarde. A primeros de noviembre, por otra parte, aparecía Tierra negra de Timothy Snyder, libro sobrecogedor sobre el Holocausto cuya novedad no sólo alcanza a las razones últimas de aquel horror (razones que Snyder no atribuye a la propia dinámica del estado nacionalsocialista), sino a la posibilidad de que tales sucesos se repitan.

En contra de lo que arguyen Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración (libro firmado en Los Ángeles en 1944), el Holocausto no se derivó de la aplicación de la cuadrícula ilustrada, de sus capacidades administrativas, reguladoras y técnicas, a la comisión del mal. Para Snyder, el Holocausto fue posible porque el nazismo, porque el estado nacionalsocialista, destruyó meticulosamente cualquier rastro de la herencia ilustrada en los países donde se dio, particularmente, la Solución Final. Es decir, en la Europa que padeció el doble yugo de la ocupación soviética y la invasión alemana -Polonia, Ucrania, las repúblicas bálticas y la propia Rusia-, y donde el derecho de ciudadanía, cualquier rasgo de legalidad o de orden administrativo, habían sucumbido bajo una monstruosa arbitrariedad, perfectamente planificada. Según Snyder, pues, la característica principal del nacionalsocialismo no fue la construcción de un estado totalitario, fundamentado en la supremacía racial. Fue, por contra, la disolución de cualquier estructura legal en los países colonizados, la que posibilitó un crimen cuya última ratio, por otra parte, se hallaba en el darwinismo social que impregnaba la ideología de Hitler. De ese modo, el hinterland, el espacio vital que propugnaba Hilter, no era sino aquella "despensa y herramienta" que definió con posterioridad Heidegger, y cuya única utilidad era la de servir de aprovisionamiento al estado alemán, sin "disfrutar" en absoluto de su organización y sus leyes.

Cabría decir, en defensa de Adorno y Horkheimer, que tanto el darwinismo social, el nacionalismo y el racismo de los siglos XIX y XX, son un fruto inesperado de la Ilustración, que operó a la contra de la Ilustración misma. Sin embargo, el razonamiento de Snyder resulta consistente cuando señala que la invasión de Checoslovaquia y Polonia supuso la demolición de la estructura estatal de aquellos países, transformando a sus ciudadanos en siervos. De aquella arbitrariedad planificada nacerá primero la indefensión, y luego el exterminio de millones de hombres. Como recuerda Snyder, en los países que conservaron de algún modo su organización administrativa -la Europa occidental- los crímenes del nazismo no alcanzaron la abominación y el vértigo de la Europa del Este.

Para Hitler, como sabemos, las razas débiles debían someterse o perecer. Y debían someterse o perecer porque se trataba de luchar por unos recursos escasos. En consecuencia, cualquier ideología que confiriera dignidad al hombre, es decir, cualquier ideología derivada de la Ilustración, era no sólo una ideología errónea, sino el producto de la conspiración judía que azotaba secularmente al mundo. Los judíos, en consecuencia, debían ser exterminados. Y también el Estado que los protegía. De ahí que el descrédito actual del Estado, tanto en la izquierda como en la derecha, junto al deslizamiento del Estado hacia consideraciones étnicas, más la acelerada lucha por los recursos que hoy se da en el mundo, autoricen a Snyder a comparar la situación del planeta con la de los años 30. En última instancia, lo que Snyder hace en Tierra negra es una defensa de la Ilustración en dos de sus vertientes principales: una defensa de la ciencia como provisora de recursos, como ya ocurrió en la "revolución verde" de los 60, y una defensa del Estado en su completa y eficaz arboladura: el Estado como freno del darwinismo social, en cualquiera de sus escalas, y el Estado como garante de la ciudadanía del hombre. Estamos, en cualquier caso, ante un libro inteligente y sombrío, de muy recomendable lectura.

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