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La suerte de Roaring Camp y otros cuentos del Lejano Oeste | Crítica

Un mundo sin domesticar

  • El estadounidense Bret Harte reunió en este volumen una conmovedora galería de personajes 'secundarios' de la iconografía clásica del 'western'

El escritor Bret Harte (Albany, Nueva York, Estados Unidos, 1836-Camberley, Reino Unido, 1902).

El escritor Bret Harte (Albany, Nueva York, Estados Unidos, 1836-Camberley, Reino Unido, 1902). / D. S.

A cineastas como John Ford les debemos, además de una larga lista de inolvidables películas, la imagen estereotipada del lejano y salvaje Oeste americano. Ford inventó, o al menos contó bajo su particular óptica, la historia de un territorio propicio para la epopeya moderna y levantó ante los ojos del espectador la sorprendente geografía de una tierra favorable para la aventura, perfecta para la venganza y los ajustes de cuentas desmedidos, pero también para el amor y el autoconocimiento. Sus historias están protagonizadas por grandes héroes modernos capaces de luchar sin tregua para conseguir lo que se proponen, pero junto a ellos suele presentarse una pléyade de personajes secundarios que enriquecen la trama con sus pequeñas y conmovedoras historias.

Son precisamente estos secundarios, estos personajes reales capaces de enfurecernos con su desidia y de emocionarnos con su sincera humanidad, los que comparecen en los ocho relatos del narrador norteamericano Bret Harte que La Isla de Siltolá ha reunido bajo el título La suerte de Roaring Camp y otros cuentos del lejano Oeste. Bret Harte los conoce de primera mano porque compartió con ellos campamento minero, tabernas y calles polvorientas en las lejanas tierras de California, donde también trabajó como periodista, mensajero o profesor. Gracias a su larga experiencia en un mundo aún por domesticar, forjó a través de sus escritos la leyenda romántica de una tierra indómita poblada por hombres y mujeres fuertes capaces de resistir la amenaza constante de una naturaleza sobrecogedora y las malas artes de sus compañeros de viaje.

Abre la recopilación el cuento que da título al libro, La suerte de Roaring Camp, y lector se descubre inmerso en un acontecimiento sin parangón: el nacimiento de un niño, "el jodido mocoso", en un desolado campamento poblado por mequetrefes, borrachos roñosos y hombres rudos y deslenguados. La única mujer del campamento va a dar la vida y va a encontrar la muerte en el mismo instante y la criatura que ve la luz ante los ojos incrédulos de un puñado de hombres, que jamás se han visto envueltos en un acontecimiento tal, se convierte en un ser maravilloso capaz de cambiar con su sola presencia a cada uno de los habitantes de esa sociedad precaria. La naturaleza tendrá la última palabra en esta parábola sobre el sentido sagrado de la vida y sobre la capacidad de un acontecimiento aparentemente anodino para cambiar el mundo, al menos el mundo de Roaring Camp.

El escritor norteamericano se para en los sucesos sencillos y apuesta por desvelarnos el secreto de seres tocados por la verdad –niños, perros, jóvenes hermosas–, que son los únicos capaces de cambiar el curso de la historia personal de los miembros de una comunidad. Y es esta capacidad de transformación desde la inocencia el leitmotiv que traspasa la mayoría de estas historias duras y encantadoras a partes iguales, como la de los caballeros encargados de hacerse cargo de la extensa prole de muñecos desvencijados de una gran madre de 9 años que tiene que abandonar su pueblo para criarse como una señorita de ciudad (Una madre de cinco). Y es también un niño resabiado y desvalido el precursor del gran milagro que significa que Santa Claus llegue a Simpson's Bar, por más que en esta ocasión tomase la forma de un desastrado borrachín que se queda en el intento.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

El mismísimo Mark Twain se hubiese sentido orgulloso de que su querido Tom hubiese corrido la misma aventura que el joven protagonista de Un Alí Babá de la sierra, conquistador del secreto mejor guardado de la comarca y desencantado artífice de un penoso descubrimiento personal. Y a todos nos hubiese gustado acariciar, si es que se deja, el lomo del perro amarillo de Rattler Ridge (Un perro amarillo), que siente especial afición por los borrachos redomados y enseña los dientes al pastor que levanta la Biblia ante él, acostumbrado como está a que los brutos del lugar le tiren grandes terrones. Su dignidad final y su conversión a perro doméstico por amor a una joven señorita resultan inolvidables.

Harte conquista al lector con su tono ajustado, sus precisas descripciones y su habilidad para marcar el ritmo de la narración con breves y precisas notas de color. Resulta también admirable su socarrón sentido del humor, ese que despliega para describir los días de gloria de un poeta mamarracho que acaba dando la campanada, y no literaria, precisamente (El poeta de Sierra Flat). Y, cómo no, el ponderado tono irónico que muestra en cuentos como Un converso en la Misión, en el que nos relata la patética conversión al catolicismo algo relajado del adusto y rígido Reverendo Stephen Masterson por culpa de los arrumacos de una bella y joven dama de ojos negros.

Bret Harte, traducido con verdadera pasión por el escritor y poeta José Luis Piquero, sabe encontrar el tono preciso para cada uno de los personajes que comparecen en estas historias sencillas, que no esconden ningún as en la manga, sino que muestran la realidad desde el punto de vista de quien asiste a muchos de esos acontecimientos cotidianos, que en ocasiones basculan entre los desastroso y lo milagroso, con la capacidad intacta para reconocerlos.

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