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XXIII Premios Max de las Artes Escénicas

Los Premios Max alzan la voz contra la clausura de los teatros

  • ‘Jauría’ y ‘Gran Bolero’ ganan los galardones a los mejores espectáculos de teatro y danza en una gala reivindicativa que clamó por la dignidad de la escena ante los cierres por la epidemia

Nacho Duato, con su Max de Honor y su biznaga, este lunes, en el Teatro Cervantes.

Nacho Duato, con su Max de Honor y su biznaga, este lunes, en el Teatro Cervantes. / Álvaro Cabrera (Málaga)

En lo que se refiere al palmarés, bien repartido, Jauría, la producción de Kamikaze dirigida por Miguel del Arco y escrita por Jordi Casanovas a partir del sumario del juicio de La Manada, obtuvo el Max al mejor espectáculo de teatro; y Gran Bolero, de Jesús Rubio Gamo, se llevó el galardón al mejor espectáculo de danza. Andrés Lima ganó el premio a la mejor dirección escénica por Shock (El Cóndor y el Puma), y Sara Cano el de la mejor coreografía por ¡Vengo! En lo interpretativo, Verónica Forqué recogió el Max a la mejor actriz protagonista por Las cosas que sé que son verdad, y Lluís Homar hizo lo propio con La nieta del señor Linh; Olga Pericet obtuvo el premio a la mejor intérprete femenina de danza por Un cuerpo infinito y Marco Flores el del mejor intérprete masculino de danza por Origen. Pero, por muchos motivos, en la gala de los Premios Max celebrada este lunes en el Teatro Cervantes de Málaga, dentro de los actos de celebración del 150 aniversario de la institución, el palmarés no fue, ni mucho menos, lo más importante. El encuentro, convocado bajo el lema El arte de escuchar, sirvió precisamente para que las artes escénicas alzaran su voz contra la clausura de teatros, la pérdida de público y el desmantelamiento del sector ante la epidemia del coronavirus. Con la dirección artística de la compañía granadina La Maquiné, que brindó episodios inolvidables, la gala dejó momentos emocionantes y sirvió, al cabo, como carta de presentación de altura para la escena.

Una coreografía durante la gala, con el bailarín malagueño Fernando Hurtado. Una coreografía durante la gala, con el bailarín malagueño Fernando Hurtado.

Una coreografía durante la gala, con el bailarín malagueño Fernando Hurtado. / Álvaro Cabrera (Málaga)

Y lo hizo ante el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, así como la consejera andaluza del ramo, Patricia del Pozo, y el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre. Con contundencia y, a la vez, con razones y con la ambición puesta en hacer del teatro una casa en la que todos son bienvenidos. Ya desde el primer Max, el correspondiente al mejor diseño de vestuario, entregado a Elisa Sanz por el espectáculo de Aracaladanza Play (que se llevó los tres Max a los que aspiraba), abundaron las referencias a la paradoja que entraña “haber venido hasta Málaga en trenes y aviones llenos y tener que reducir el aforo de los teatros al 65%” (Sanz reclamó, además, con toda la oportunidad de su parte, el estatuto del artista, histórica reivindicación que encuentra su hueco en cada gala de los Max sin éxito de momento). En un sentido distinto, pero bien cargado de intenciones, fue la memorable intervención de Ana López Segovia, de Las Niñas de Cádiz, al recoger el Max al mejor espectáculo revelación por El viento es salvaje: la actriz, autora y directora se refirió al teatro como “cultura popular” al reivindicar, en su poderoso acento gaditano, que la cultura “no es patrimonio de un determinado acento, ni de una élite intelectual cualquiera: la cultura y el teatro son patrimonio de todos”. Al recoger el Max del Público por ¡Viva!, el bailaor y coreógrafo Manuel Liñán expresó su deseo de “no tener que diseñar espectáculos para trenes y aviones”, un alegato que ya había puesto sobre la mesa Tian Gombau al recoger el Max al mejor espectáculo infantil, juvenil o familiar por Zapatos nuevos.

Verónica Forqué, con su premio a la mejor actriz protagonista. Verónica Forqué, con su premio a la mejor actriz protagonista.

Verónica Forqué, con su premio a la mejor actriz protagonista. / Álvaro Cabrera (Málaga)

Aunque si de momentos emocionantes se trata, quedará para la historia de los Max la intervención del bailarín y coreógrafo Nacho Duato, quien recibió el Premio Max de Honor ante un Teatro Cervantes puesto en pie. El que fuera director de la Compañía Nacional de Danza durante dos décadas advirtió de que “aunque éste sea un premio a toda mi carrera, no he dejado de trabajar, ni mucho menos. Para empezar, tengo que volver a hacer todas y cada una de las cosas que he hecho hasta ahora”. Duato firmó sobre las tablas una hermosa defensa del arte, la disciplina y la belleza y se despidió bailando después de que Elisa Ramos, de La Maquiné, le regalara una biznaga en la piel del payaso Chochotte, a la sazón conductor de la gala. Nati Villar recibió el Premio Max de carácter social o aficionado para la Escuela Municipal de Teatro Ricardo Iniesta de Úbeda, que dirige y cuyo trabajo en torno a las artes escénicas como motor de integración social deslumbró en otro momento de alto voltaje.

Andrés Lima, mejor director. Andrés Lima, mejor director.

Andrés Lima, mejor director. / Álvaro Cabrera (Málaga)

Antonio Banderas recogió la Medalla de Honor de la SGAE de manos del presidente de la entidad, Antonio Onetti, aunque el malagueño, que tuvo que partir horas antes a un rodaje en Alemania, no estuvo presente en la gala: en una intervención grabada en su Teatro del Soho (que, por cierto, se quedó sin el Max al mejor espectáculo musical al que aspiraba por A Chorus Line y que finalmente fue para la producción del Teatro de la Zarzuela de Doña Francisquita que, para darle más salsa al asunto, firmó el que director del mismo Teatro del Soho, Lluís Pasqual), Banderas bordó un homenaje al teatro como “la mujer a la que tanto quise y a la que abandoné”, si bien afirmó que el Teatro del Soho “es el proyecto de mi vida”. En su alocución, Onetti reclamó una mayor flexibilidad para poder abrir los teatros, a los que calificó como “espacios seguros”. Y quedó claro, al cabo, que si la escena siempre se ha crecido en la adversidad, hoy no va a ser menos.

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