La creadora de la expresión

El oso perjudicao. Por Yolanda Vallejo

  • A estas alturas, cualquier cosa que digamos del oso perjudicado de la cabalgata de Reyes puede resultar más nefasta que las secuelas noventeras de Grease o de El Lago Azul. Sin argumento, sin gracia y por encima de todo, innecesaria. Porque cada cosa tiene su momento, y el momento del oso perjudicado estuvo entre la esquina del McDonald y la del Reyes Católicos; apenas seiscientos metros que convirtieron a Cádiz en el centro de todas las miradas y en la imagen de todas las ganas de reírnos que llevamos reprimiendo desde que el Covid decidió hacerse un miembro sintiente de

  •  la familia. 

  • A estas alturas, del oso perjudicado de la cabalgata de Reyes se ha dicho todo. No hacer falta volver a hablar del ingenio, de la rapidez en los memes, de la amplificación televisiva, de la repercusión mediática; todo lo que yo pueda contarle ya lo sabe usted. Tampoco es necesario hacer leña del árbol caído, ni cargar contra el Ayuntamiento por mala –o ninguna- gestión en cuanto a la organización y planificación del desfile, porque lo de nuestra ciudad con la cabalgata de Reyes no es de ahora, y eso lo sabemos bien. En las últimas décadas hemos tenido acceso a todo el catálogo del cutrerío patrio que se despacha en cabalgatas. Desde los camiones de mudanza 'Capitos' y 'Transportes Portuenses' –el PP lo justificó entonces diciendo 'se ha hecho así, con camiones, por seguridad'- a los pasacalles con bafles gigantes perreando, que lo mismo pueden ir amenizando un botellón en la Punta que vendiendo sacos de papas a tres euros, pasando por peluches inmundos a los que ni los niños se atrevían a acercarse, piaras de ocas desorientadas, tragafuegos dickensianos, muñecos con bolsas de plástico en la cabeza, hasta llegar a las siempre alegres princesas Disney que visitan asiduamente nuestra ciudad –las de este año ya eran conocidas y reincidentes- la cabalgata de Reyes en Cádiz siempre ha sido un mamarracho –término aceptado por la RAE y que no tiene más connotaciones que las que tiene- y siempre ha dado motivos para la queja, la burla y la critica. Ya sabe, caramelos de IKEA o de Unicaja, carrozas forradas con papel y purpurina del chino, niños –y niñas- muertos de frío en las carrozas sin un mísero caramelo que tirar una vez pasadas las Puertas de Tierra... 

  • Las relaciones ciudad-cabalgata de Reyes nunca han sido fructíferas, para qué vamos a engañarnos. Tal vez porque es un espectáculo para niños y los niños no son un público demasiado exigente, y sobre todo, no votan. Tal vez porque nos conformamos con poco –dichosos los que nada esperan, ya sabe- o tal vez porque hace mucho que hicimos ley del dicho castellano «si sale con barba, San Antón y si no, la Purísima Concepción». Quien sabe.

  • Porque yo no iba a hablarle del oso perjudicado. Ni de la autocomplacencia del equipo de gobierno, ni de cómo se rasgan las vestiduras los que reclaman «dignidad» –odio la palabra dignidad aplicada a una cabalgata-, ni de los que a estas alturas piden un cortejo con motivos navideños o sienten vergüenza porque Cádiz abra los informativos a cuenta de un muñeco hinchable –mucho mejor salir por eso que por encabezar los datos del paro, por ejemplo- o echan cuentas de lo que se ha gastado el Ayuntamiento y lo que se debería gastar. No. 

  • Me gustaría volver a empezar el artículo de otra manera, parafraseando el galardonadísimo documental de Netflix y llamándolo 'Lo que el oso me enseñó' porque tras varios días de resaca me queda el regusto de lo que el oso perjudicado nos ha dejado como enseñanza. Verá. La cabalgata no era ni mejor ni peor que otros años. Ni las Meninas, ni las princesas, ni la esfinge harta de bollos, ni las cabras-renos eran mejores ni peores que las de otros años. No había caramelos, a pesar de la escenificación pacata y absurda de la Cartera Real que quedó como una burla a los niños aunque no fuese esa su intención, y tampoco tenía nada que destacar, salvo lo que puso en evidencia el oso perjudicado. 

  • Hace dos años que vivimos instalados en la angustia de los datos del Covid, los contagios, la presión hospitalaria, las variantes, las vacunas, los ERTEs... dos años sin Carnaval, sin Semana Santa, sin nuestros «genuinos» Tosantos, Juanillos, dos años sin abrir la válvula de escape de esta olla a presión en la que vivimos. Dos años esperando las risas, las bromas, dos años en un páramo de oscuridad, viendo sombras solamente. Había muchas ganas de cachondeo, había mucha necesidad de soltar una carcajada, había mucha tensión acumulada y lo mismo hubiese dado el oso que María Antonieta –decapitada ella, también- para echar un buen rato.

  • El oso perjudicado nos ha puesto frente a frente con la realidad. Esta ciudad está acostumbrada a vivir con poco, a disfrutar con menos y a hacer de la necesidad la mejor de las virtudes. Como decía Pedro Espinosa «en esto Cádiz siempre es la mejor», porque sabemos convertir las penas en alegría y las lágrimas en risa, que es lo único que no nos pueden quitar. El oso perjudicado nos ha recordado algo que ya empezábamos a olvidar, los versos de Pablo Neruda «niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca, porque me moriría».

  • Gracias, oso perjudicado. Nos vemos en Carnaval.