Con la Venia

Adiós, alcalde. Por Yolanda Vallejo

  • Ya se sabe que, después de visto, todo el mundo es listo. Y todo el mundo sabía que José María González Santos no repetiría como candidato en las próximas elecciones municipales. Lo sabía hasta él, y eso que en septiembre del año pasado aun se dedicaba a sembrar la duda con aquello de que si no había alguien mejor volvería a presentarse, porque «después de ocho años currando por mi ciudad y por mi gente no lo voy a tirar todo por la borda». No le preocupaba, entonces, lo de la honestidad y la honradez, ni siquiera lo de la limitación de mandato, y así reconocía que «extraordinariamente podría habilitarse un nuevo mandato, depende de que haya alguien con la fuerza, la ilusión y las ganas de ponerse al frente». Al parecer, ya lo hay y al alcalde le honra cumplir con aquella promesa que hizo a la ciudad y aquellos gestos mesiánicos del bastón y el balcón del Ayuntamiento. Aunque no venía yo a hablarle, ni de lo que pasó ni siquiera de lo que pueda pasar en un futuro, sino de la manera en la que nuestro alcalde ha resumido su paso por el sillón de San Juan de Dios en el vídeo -magnífico vídeo- de despedida, que ha superado todas mis expectativas.

  • A estas alturas, después de casi ocho años, no le descubro nada nuevo si le digo que me declaro admiradora absoluta de lo que escribe el alcalde -o quien le escriba al alcalde-, incluso de esta última carta de amor por la ciudad que hace siete años y medio lo recibió entre palmas y alegrías, como cantaba la Zarzamora. Y es que, como yo soy más de quedarme en la superficie que de meterme en lo hondo, no soy capaz de ver lo que ven otros, ni soy capaz de interpretar sus palabras más allá de lo que parece, tal vez porque la carta no dice absolutamente nada -en realidad no dice absolutamente nada- que no supiera: que nuestro alcalde sigue siendo «aquel chaval de la comparsa» al que los vientos le fueron favorables cuando nuestra ciudad necesitaba un cambio de rumbo -más que un cambio de destino- y quiso asaltar los cielos sin poner primero los pies en el suelo, que tiene una familia a la que dar las gracias, unos amigos fantásticos, y que el tiempo lo termina calmando todo, hasta las ganas.

  • De aquel alcalde idealista que se iba a los desahucios para intentar pararlos y se sentaba en el suelo de San Juan de Dios con Pablo Iglesias; de aquel que iba a traer por el puente a los que se fueron, que haría sonar los pitos de las ollas y que iba a levantar las alfombras para sacudir la caspa heredada, queda bien poco. No le culpo, ni le reprocho nada. José María González sigue siendo un antisistema, aunque engullido por el sistema. Nadie dijo que esto fuese fácil; no en una ciudad como Cádiz, donde las ilusiones y las palabras se las lleva el viento, y ya sabe usted cómo se las gasta el viento por aquí.

  • No deja una ciudad mejor de la que se encontró, eso sí que no. Hoy Cádiz no es más abierta, ni más rica, ni más diversa, ni más inclusiva, ni más amable, ni con más futuro como dice el alcalde en su carta, aunque el haberlo intentando -cosa que no dudo- no le resta mérito. Como tampoco se lo resta que haya cumplido con su palabra y haya decidido no presentarse a las próximas elecciones, fiel a su promesa -eso solo lo ha hecho en este país Aznar, mire por dónde- y manteniendo que la política no es «un trabajo, una forma de ganarse la vida».

  • Si por algo me va a dar pena que no repita nuestro alcalde es, precisamente, por quedarme sin su verbo florido, sin sus cartas de amor desesperado -las guardo todas- ahora que tanto estaba mejorando su estilo. Aunque él, que fue catequista antes que alcalde, sabe que el mejor vino es el que se sirve al final, que ya lo vimos en las bodas de Canaá, y sólo por el vídeo que nos ha regalado doy por buenos estos dos mandatos, y hasta me quedo con ganas de más.

  • A mí, si le digo la verdad, me gustaría vivir en el vídeo del alcalde. Me gustaría pasearme desde bien tempranito por Cádiz y que la gente fuera tan amable y tan correcta, y que estuviese todo tan bonito, y que nadie se tropezara con nada ni con nadie, ni estuvieran las calles llenas de turistas -lo de las casas de apuestas no he llegado siquiera a notarlo-, y que no hubiese papeles por el suelo, y que, aunque hiciera viento no me despeinara, y que de pronto, apareciera un autobús híbrido en mi camino, y que las cristaleras de Santa María del Mar estuvieran transparentes, y que en cuestión de segundos pudiese pasar de la barriada de la Paz a San Juan de Dios, y que al final del día pudiera yo ponerme así, como mirando al infinito, y decir algo, yo qué sé, muy tremendo o muy teatral o muy desgarrador, como Piqué; y que me sintiera como si hubiese comprado un décimo de la lotería de Navidad. Porque el vídeo, no me diga que no, tiene ese aire de anuncio de lotería, esa cosa entre ilusión y fantasía y retiro espiritual y una música que levanta los ánimos e invita al aplauso final. 

  • Sí, no lo negaré; me encanta el vídeo de despedida del alcalde y me gustaría quedarme en él para siempre y poder decirle, con mis mejores deseos, «Adiós, alcalde».