Cine

El teorema de Losey

  • Filmoteca Fnac edita 'Accidente', la segunda y más depurada colaboración entre Harold Pinter y el cineasta Joseph Losey

Joseph Losey encontró en Pinter el aliado perfecto en la búsqueda de soluciones al primigenio anhelo, que nace en sus inicios en el teatro con consciencia social, de encontrar en el continuo de las imágenes y sonidos del cine narrativo un equivalente a las interrupciones de Brecht: una vía hacia el pensamiento sin abandonar la industria de los relatos y los afectos, de los personajes y las acciones. El sirviente había fundado la alianza entre el hombre de la imagen y el de la palabra, pero aquí, en Accidente, es donde ambos parecen haber comprendido que el cine es algo más que comunicación, ideología y mensaje; que un plano sostenido unos segundos más allá de lo necesario para que funcione gramaticalmente puede atrapar mejor al espectador que la pirueta expresionista o el más esforzado juego de espejos y sobreencuadres. En Accidente los diálogos son los invitados menos importantes, simples muletillas que se intercambian los protagonistas de un severo drama sobre las apariencias que depara un inocente y pisoteado cadáver, siendo sin embargo en la dialéctica entre la anodina banda sonora y una acendrada puesta en escena que prescinde de las habituales marcas para la orientación espaciotemporal del espectador donde recae el potente efecto de un filme que alcanza esa condición de excitador del pensamiento dedicándose, casi en exclusividad, a mostrar hechos y acciones. La segunda entente entre Pinter y Losey se mueve, sin embargo, en esa densidad de lo que Deleuze llamó la imagen-tiempo, participando de la misma constelación que por entonces reunía a Antonioni o Resnais -al que se le hace un explícito guiño con la secundaria inclusión de Delphine Seyrig en la monumental secuencia del adulterio en Oxford-, es decir, sometiendo a la imagen a un proceso de extrañamiento por el que queda libre de las marcas de enunciación, siendo entonces espejo de virtualidades, entre lo real, lo imaginado, lo recordado o lo simplemente inventado. Como decíamos, los personajes de Accidente no dejan de hacer cosas, pero lo hacen en un acuario -esa mansión buñueliana de la que salen para volver a entrar- caracterizado por la inmovilidad y el eterno retorno, donde las acciones no ensayan escapada alguna.

La opción por mostrar, en planos que se suman, y por hacerlo a partir de una imagen cargada de ambigüedad encuentra contrapeso en la sequedad y concreción de la estructura y el despliegue formal de Accidente. Hay aquí mucho de teorema -y no sólo en el sentido pasoliniano (él rodaría el suyo un año después), aunque también se trate de un visitante (la joven y poco angelical estudiante extranjera) que penetra en un ambiente de ancestral corrupción aristocrático-burguesa-, de aplicación de una fórmula asfixiante que va, toma a toma, cerrando las posibilidades de la imagen, de ese espesor indeterminado. El mecanismo, que se abre con el famoso plano nocturno de la casa del profesor en cuyo off sonoro ocurre el accidente de coche que llevará a su cama a la joven Anna y terminará con la vida de su discípulo William, se cierra con su diurna (y no menos siniestra) variación: el movimiento es ahora de alejamiento, y en él vemos al profesor entrar en su mansión acompañado de su prole. Después el off volverá a repetir el ya distorsionado sonido de un accidente, un eco espectral que cierra y encierra sin compasión.

Director Joseph Losey. Con Dirk Bogarde, Stanley Baker, Michael York, Jacqueline Sassard. Avalon/Fnac.

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