'Sin olvido' | Crítica de cine

Las heridas abiertas del Holocausto

Jiri Menzel y Peter Simonischek en 'Sin olvido'.

Jiri Menzel y Peter Simonischek en 'Sin olvido'.

Esta película forma ya parte de la historia del cine por ser la última interpretada antes de su fallecimiento por el gran actor y director Jirí Menzel, el cineasta checo más destacado y uno de los nombres clave de las primaveras de los cines del Este iniciada en los años 50 y culminada en los 60. Es hermoso, por su coherencia, que, si Menzel se dio a conocer internacionalmente en 1966 con Trenes rigurosamente vigilados al proyectarse en Cannes y ganar el Oscar, su despedida de la vida y del cine sea esta Sin olvido. Porque si Trenes rigurosamente vigilados se desarrollaba en una pequeña estación durante la ocupación nazi, esta película del veterano realizador eslovaco Martin Sulik -cuya obra más conocida es Gypsy- trata de los traumas originados por dicha ocupación.

En una apuesta de alto riesgo Sulik une en una especie de road movie a un judío (un humanísimo y sobrio Jirí Menzel) que busca al asesino de sus padres y al hijo de su ejecutor (Peter Simonischek cultivando el exceso). El primero tiene sus heridas abiertas pese al paso del tiempo. El segundo ha vivido de espaldas al recuerdo de su padre, en la medida que puede hacerlo, optando por una actitud de vividor pasota. Pero el pasado, para uno y otro, está ahí, inamovible por clausurado. El encuentro entre el hijo de las víctimas y el de su verdugo da para reflexionar sobre la culpa, la memoria, la reparación, el arrepentimiento con un tono muy humano que abre espacios en la tragedia a algo que podría parecerse a destellos de comedia.

El encuentro entre el hijo de las víctimas y el de su verdugo da para reflexionar sobre la culpa y la memoria

El trasfondo es la historia del país primero bajo la invasión nazi y después bajo la dictadura comunista, que se evoca en las conversaciones entre los protagonistas y en sus encuentros con otros personajes. No todos los episodios están tratados con el mismo rigor. Es muy posible que si Sulik hubiera sido más fiel a la novela de Martin Pollack El muerto en el bunker (hay edición española en la editorial El Tercer Nombre) en la que se ha inspirado libremente -en ella el autor ajusta cuentas con su padre, un Sturmbannführer que cometió numerosos crímenes al frente de los einsatzgeruppen, los siniestros escuadrones de la muerte-, su película habría ganado densidad dramática.

Lo mejor de ella, además de la reflexión sobre la historia a través de los hijos de las víctimas y de su verdugo, es la impresionante, medida y muy sobria, pero a la vez profundamente conmovedora, interpretación de Jiri Menzel. Si se hace excepción de algunos episodios y del no afortunado final, es una obra más que interesante para pensar qué fue Europa en los años 30 y 40, qué intentó ser después y qué va a ser en el futuro con la rémora o la lección de ese pasado.

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