Crítica 'Nader y Simin, una separación'

El incomparable espectáculo del rostro humano como paisaje de emociones

Nader y Simin, una separación. Drama, Irán, 2011, 123 min. Dirección y guión: Asghar Farhadi. Fotografía: Mahmoud Kalari. Música: Sattar Oraki. Intérpretes: Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini, Merila Zarei, Babak Karimi, Sarina Farhadi, Peyman Moadi.

Los festivales de cine han servido, desde los años 50 del pasado siglo, para el progresivo descubrimiento de las cinematografías periféricas con respecto al gran eje euro-norteamericano. Los cineastas japoneses, latinoamericanos, griegos, indios, egipcios, chinos o iraníes adquirieron relevancia internacional -y con ellos sus respectivas cinematografías- en Venecia, Cannes o Berlín. En los casos más recientes lo que más se valora en estos descubrimientos no suele ser lo exótico o diferente, sino algo que el cine euro-norteamericano tuvo en algún momento y ha perdido: la intensidad emocional, la sinceridad expresiva, la proximidad a la crónica de la vida cotidiana con toda su carga de problemas.

En esto del descubrimiento y valoración de cinematografías periféricas en los festivales hay algo de autentico interés cultural hacia obras marginadas en los grandes circuitos comerciales, algo de esa militancia ideológica antes llamada antiimperialista y ahora antiglobal y algo de esnobismo: la distinción del aprecio minoritario de lo raro o diferente. Ello permite que se cuelen petardos pero también que brillen talentos superiores y obras de gran calibre que, de otra forma, nunca hubieran podido salir de sus fronteras. No se olvide que uno de los más grandes directores de la historia del cine, Jasujiro Ozu, que rodaba desde 1927, no fue descubierto por Occidente hasta 1961, y ello gracias al éxito previo del joven Kurosawa en el festival de Venecia. Hay lección en ello.

En el caso del cine iraní los festivales y la moda han logrado lanzar a directores de gran poder creativo y capacidad de conmoción en los que el cine europeo reconoce, sobre todo, uno de sus tesoros perdidos: el realismo que hizo la gloria del cine francés, de Renoir a la Nueva Ola, o del cine italiano que va de Rossellini a Pasolini. Este es el caso de Asghar Farhadi, formado en el teatro -lo que deja huella en su espléndida dirección de actores- y en la televisión -lo que se evidencia en su sentido intensamente realista y próximo de la imagen-, que a través de los premios obtenidos en los festivales por películas como A propósito de Elly ha adquirido una relevancia internacional que nos permite disfrutar de esta emocionante obra maestra que es Nader y Simin, una separación, que a su vez nos llega gracias a los tres premios obtenidos en Berlín.

Farhadi no aporta algo que ignoremos, sino algo que tuvimos y hemos perdido. Disolución del realizador tras su obra. Puesta en imagen invisible que permite una absoluta identificación entre el espectador y los personajes. Intensidad, espontaneidad y maestría en las interpretaciones, que también nacen -como la propia puesta en escena- de un elaborado trabajo que se presenta como conmovedora espontaneidad. Mirada compasiva que nunca se sitúa por encima de lo que narra. Comprensión, que no justificación, de las reacciones y actitudes de los personajes. Pobreza de medios -impuesta o voluntaria: lo mismo da- que obliga a una intensa explotación de los recursos expresivos esenciales del cine. Manejo inteligente de los trucos narrativos convencionales (en cierto modo se trata de una película de suspense que utiliza con maestría el secuestro de información) en beneficio del desarrollo de una trama de gran complejidad dramática y humana, expuesta con esa difícil y elaborada simplicidad que es la marca de los maestros del realismo. Confianza absoluta en la capacidad expresiva del rostro humano desvelado por la cámara (admirables, sobre todo, las dos actrices principales: Leila Hatami y Sareh Bayat). Y confianza también absoluta en la inteligencia del espectador, al que se le muestra lo necesario para que construya su propia película en su sensibilidad y su conciencia, interpeladas y conmovidas por la apabullante carga de verdad humana de las imágenes.

Nader y Simin se divorcian. Ella quiere irse de Irán. Él debe quedarse para cuidar de su padre, afectado por el Alzheimer. Entre ellos, su sensible e inteligente hija adolescente. En torno a ellos -pero atravesando dramáticamente sus vidas- la pareja formada por un hombre inestable y desdichado y su esposa, una mujer valientemente sumisa.

Cómo se pueda ser a la vez valiente y sumisa es una de las contradicciones, tan humanas, que la película presenta con naturalidad. Al espectador se le permite penetrar -con un intenso sentido del pudor y del respeto humano- en la intimidad de sus conciencias, en las razones más ocultas de sus acciones, en los pliegues más íntimos de sus vidas. Al igual que hay cosas que el director nos oculta para crear un muy entretenido suspense que funciona perfectamente -porque la investigación judicial se trenza eficazmente con los dramas familiares-, en lo que a los personajes se refiere nos lo desvela todo, incluidas esas razones del corazón que tantas veces los unos desconocemos de los otros. Y que, de conocerlas, nos harían ser más humanos, más comprensivos, más compasivos. Una obra maestra de gran y simple cine, tierna proximidad y conmovedora humanidad.

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