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Crítica 'Leviatán'

En las entrañas de la ballena muerta

Leviatán. Drama, Rusia, 2014, 140 min. Dirección: Andrey Zvyagintsev. Guión: Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev. Fotografía: Mikhail Krichman. Música: Philip Glass. Intérpretes: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov, Lesya Kudryashova.

Muerto Balabanov y con Sokurov y German dedicados a tareas más elevadas en el terreno del cine de autor, Andrey Zvyagintsev es hoy por hoy el representante más destacado de ese cine ruso de festivales que, desde cierto realismo estilizado y de aire simbólico, toma el pulso a una nación corroída por los fantasmas del comunismo, la corrupción neocapitalista, la iglesia ortodoxa, los atavismos de la violencia y otros viejos mitos patriótico-literarios.

Con Leviatán, Zvyagintsev prosigue el paulatino desembarazo de algunos tics (los largos planos secuencia, los personajes solipsistas) presentes en sus dos primeros filmes, El regreso y La condena, y que ya empezaban a dar paso a una narrativa más despejada y a un cierto gusto por el género en Elena, que se abría también, como ésta, con las notas solemnes y repetitivas de Philip Glass, anuncio de una tragedia de altos vuelos ante el paisaje desolado y ruinoso de un pueblo costero en cuya orilla han ido a varar viejos barcos y el esqueleto de una gran ballena que preside la dimensión alegórica que domina esta historia de una familia destruida por el peso implacable de la burocracia y la extorsión.

Leviatán aspira a levantarse así como retrato de una nación enferma en la que las instituciones y sus ejecutores machacan al hombre hasta hacerlo pedazos, en un proceso que él mismo ya ha iniciado de la mano del alcohol (en pocas películas se verá beber más vodka a palo seco) y una terquedad extrema que denotan ciertos rasgos de un ancestral y melancólico espíritu eslavo.

La cinta tiene sus puntos fuertes en el dominio de un tempo moroso pero de tensión constante, un cierto aire grotesco a la rumana, pero sobre todo en la manera de eludir, a través de las elipsis, los estallidos de violencia y muerte que marcan el devenir fatalista de los acontecimientos. Zvyagintsev prefiere filmar el paisaje a través de sus protagonistas y de esa casa estratégicamente situada, los rostros y los cuerpos apaleados, el tiempo miserable de las conversaciones y discusiones o el paródico y frenético ritmo de una sentencia judicial.

Con todo, Leviatán no siempre consigue escapar a veces de sus propias y ampulosas obviedades, del subrayado solemne y grandilocuente de un mundo cerrado y aniquilador, de esa mirada de superioridad del autor que cree saber dibujar el mundo a la escala de su mirada.

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