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Elvis | Crítica

'Moulin Rouge' rock: Luhrmann convierte a Elvis en Satine y a Parker en Zidler

Austin Butler, caracterizado como Elvis.

Austin Butler, caracterizado como Elvis.

La carrera de Elvis fue de los felices 50 americanos (grabaciones de sus primeras maquetas en 1953 y 1954, lanzamiento en 1956 del single Heartbreak Hotel y de su primer álbum con los éxitos Blue Suede Shoes y Tutti frutti) a los decaídos 70 (último concierto en el Market Square Arena de Indianápolis el 26 de junio de 1977 y publicación en julio de su último álbum de estudio un mes antes de su muerte). Nadie representó como él la vitalidad, rebeldía y desinhibición de la América joven en la década del ascenso de los jóvenes como consumidores preferentes mimados por las industrias de la moda, la música y el cine. Y quizás nadie representó más esperpénticamente su decadencia que la trágica caricatura de sí mismo en la que Elvis, devastado por la hiper medicación y las drogas, se fue convirtiendo a partir de 1973 hasta su fallecimiento en 1977 con unos 42 años que parecían muchos más: el ídolo roto y prematuramente envejecido, con sobrepeso y trajes cada vez más extravagantes, confinado en Graceland y errando por los escenarios olvidado de sus letras y de sí mismo, convertido tras su muerte en objeto del culto kitsch, peregrinaciones a Graceland, bodas en las capillas Elvis de Las Vegas o muñecos de los salpicaderos. Pero sobre la farfolla kitsch emerge la figura musicalmente gigantesca del que fue, junto a Sinatra, la mejor voz de la música americana. Y de un revolucionario que, además de consagrar el rock & roll, lo fundió con el Rythm & Blues, el rockabilly, el country y la balada. Un programa que parecía ya trazado en su primer álbum en el que interpretaba canciones rockabilly de Carl Perkins, R&B de Ray Charles o estándares jazzísticos de Rodgers & Hart.

En su película Baz Luhrmann tira más hacia el mito y el espectáculo que hacia el hombre y el músico. Los cuatro elementos están presentes pero su tan trabajado barroco kitsch privilegia los dos primeros. Tras ver la película seguimos sin saber cómo fue la persona -que sintió, soñó, temió, pensó, sufrió- y quien no conozca su obra tal vez sin reconocer al gigantesco genio musical. Eso sí, del Elvis espectáculo, del Elvis “pelvis” y del Elvis icono kitsch lo sabrá todo. Luhrmann es el Ken Russell de hoy (seguro que no lo conocen o lo han olvidado, y hacen bien: fue el biógrafo pop-mamarracho de Tchaikovsky, Mahler o Liszt). Triunfó con Romeo + Julieta de William Shakespeare en 1996 y con Moulin Rouge en 2001, para mí el mejor musical de lo que llevamos de siglo XXI. Cuando quiso hacer cine normal con el presuntamente clásico épico-dramático Australia en 2008 se estrelló. Quizás por eso volvió al desmadre, la purpurina, la extravagancia, el juego con anacronismos y el montaje histérico con El gran Gatsby en 2013. Pero se volvió a estrellar. La fórmula que le sirvió con Shakespeare no le funcionó con Scott Fitzgerald y el barroco-pop-kitsch que hizo de Moulin Rouge un gran musical no funcionó en las escenas de las espectaculares fiestas mientras la intensidad dramática de la novela se esfumaba. Ahora ha vuelto al cine con este biopic sobre Elvis que tiene algo de lo mejor de Moulin Rouge pero también algo de lo peor de El gran Gatsby.

La película abarca toda la vida musical de Elvis contada a través de la mirada antropófaga de su manager, el controvertido coronel Parker, un genio de la promoción en muchos aspectos que creó el mito y la marca Elvis, pero también un mal consejero artístico que lo explotó y constriñó. Esta opción narrativa es su mayor logro y da a la película cierto interés dramático, sobre todo en su último tramo. No solo porque Tom Hanks lo interpreta tan bien como suele hacerlo todo -con el atractivo de un espectacular cambio físico bajo un aparatoso maquillaje, desmadrarse y, por una vez, hacer de villano-, sino porque Luhrmann contrapone el relato subjetivo de Parker a los hechos que muestra, convirtiendo a Parker en Zidler, el explotador empresario del Moulin Rouge, y a Elvis (muy buena interpretación de Austin Butler que pone todo su empeño en serlo en vez de imitarlo) en su víctima Satine/Kidman. Las recreaciones de las actuaciones de Elvis le dan su interés musical y espectacular. Pero en este punto, que representa el grueso de la película, a Luhrmann le puede su desmesura extravagante hasta el delirio bajo la que aplasta al ser humano Presley y a veces hasta al genio musical Elvis. Todo se resuelve en un brillante fuego de artificio que, pese a no pocos momentos de belleza y fuerza, satura.

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