Crítica 'Bernie'

Los culpables son los otros

bernie. Comedia dramática, EEUU, 2011, 103 min. Dirección: Richard Linklater. Guión: R. Linklater, Skip Hollandsworth. Fotografía: Dick Pope. Música: Graham Reynolds. Intérpretes: Jack Black, Shirley MacLaine, Matthew McConaughey, Rick Dial, Gary Teague, Tommy G. Kendrick, Mona Lee Fultz, Wendy Crouse, Grant James. 

La distribución española sigue desconcertándonos y repesca ahora, cuatro años después de su estreno, esta estupenda cinta de Richard Linklater que no desentona lo más mínimo con el interés y el nivel de calidad habituales de su cine. Y aún queda por llegar, y este año hubiera sido lo suyo, su retrato del joven Welles en Me and Orson Welles.

Bernie reconstruye un episodio real ocurrido en los años noventa en la pequeña localidad de Carthage, uno de esos pueblos modélicos que suelen aparecer en las guías de las localidades más pintorescas de Estados Unidos.

De esta película podría resaltarse su hibridación entre documental y ficción, su estupenda integración de actores profesionales (Black, MacLaine o un McConaughey en plena racha de reconstrucción de su carrera) con lugareños que se interpretan a sí mismos o recrean con credibilidad a personajes que existieron realmente, su inteligente y equilibrado tono entre la comedia y el drama, entre la caricatura y el retrato sincero, su dibujo de tipos auténticos o excéntricos que se revelan ante la cámara con su marcado acento local, sueño dorado de tantos documentalistas que, de Morris a Herzog, han buscando las esencias de cierto american way of life en los rincones menos visibles y filmados de su cartografía.

Jack Black interpreta a Bernie, asistente de una funeraria muy querido por sus vecinos, un tipo sensible y amanerado, posiblemente homosexual, que se ganó la simpatía de Carthage gracias a su permanente buena predisposición, solidaridad y compromiso con el pueblo y sus gentes. Incluso cuando, después de establecer una relación con una adinerada y agria viuda, éste acabó pegándole cuatro tiros cansado de su caprichoso y asfixiante sometimiento. Juzgado en una localidad cercana para evitar la parcialidad de sus convecinos, Bernie será condenado a cadena perpetua en un proceso que saca a relucir los miedos, el conservadurismo, la hipocresía y la intolerancia de cierto sector de la sociedad para con tipos tan singulares, peligrosos, por tanto, en el seno de la comunidad.

Y es llegado el momento de este juicio cuando Linklater aparca definitivamente todo atisbo de comedia, cualquier mínimo gesto que pueda interpretar su película en clave paródica, para dejar caer todo el peso de su postura crítica ante cierta idiosincrasia norteamericana. Es en el personaje del fiscal donde se concentra esta mirada, en su (profesional) habilidad para convertir en monstruo, un monstruo culto y refinado, a un tipo que, simplemente, no encaja con el modelo del ciudadano medio y su medianía. Ahí, en ese gesto final, no muy alejado del de otras cintas como Fast food nation, la mueca se tuerce, la máscara cae y emergen, uno a uno, los rostros anónimos de los miembros de ese jurado: el que tal vez sea verdadero rostro de todo un país ante la diferencia, la disidencia o la otredad. Incluso en tiempos de Obama.

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