Quién te cantará | Crítica

Estrellas y espejos, madres e hijas

Corazón de melodrama, superficie de hielo, entre el psicoanálisis y la banalidad, entre Japón, Bergman y Almodóvar. Pares, polos y dialécticas que mueven y atraviesan el tercer y esperado largo de Carlos Vermut (Diamond Flash, Magical Girl), un filme sobre el estrellato y el fandom, sobre madres e hijas, sobre renuncias y traiciones, sobre legados y apropiaciones, sobre lo original y su copia, un filme sobre los límites y el artificio de la identidad femenina.

Quién te cantará parte de la mitología pop (de Mocedades al karaoke) y los trazos y figuras del manga (el rostro como máscara, el cuerpo como efigie) para acercarse a dos mujeres en crisis destinadas a fundirse en un espejo bergmaniano (Persona), un espejo múltiple que devuelve los fragmentos de dos identidades incompletas, dos enigmas quebrados por la (mala) conciencia, el trauma y la (des)memoria que se encuentran en un mismo flujo de admiración, vampirismo y dependencia.

Vermut estiliza y ensancha el plano panorámico buscando esos reflejos frente a la costa solitaria y en el eco de una mujer (Najwa Nimri, ininteligible) en la otra (Eva Llorach, poderosa), pliega su relato como esas recurrentes figuras de origami, lo colorea con las sonoridades niponas (Takemitsu) de la escueta música de Alberto Iglesias, lo somete a la distorsión del volumen (todo el tramo del personaje de la hija que interpreta Natalia de Molina) y lo hace bajar también a ras de territorio prosaico, con el acecho de las despedidas de soltera, la telebasura y el morbo periodístico como amenaza sin retorno.

Y claro, son muchas referencias, mucho subtexto (obvio) y varios tonos que Vermut no siempre ensambla o calibra de manera orgánica, lo que desinfla y dispersa paulatinamente la pegada o la intensidad emocional de una película que corre el riesgo de caer al mismo precipicio que sus criaturas.