Quisiera que alguien me esperara en algún lugar | Crítica

Asuntos de (buena) familia

Una imagen de la cinta francesa de Arnaud Viard.

Una imagen de la cinta francesa de Arnaud Viard.

La clásica reunión familiar en una acomodada casa de campo para celebrar el cumpleaños de la madre (Aurore Clément) abre la función y presenta a los personajes de este melodrama perfectamente calculado en su estructura para ir abriendo tramas y colocando puntos de giro de manual de aprendiz de buen guionista.

He ahí el principal lastre de un filme que aspira a contar la vida misma, sus roces, pliegues, sueños y frustraciones, sus pequeños o grandes quiebros, desde las ramas de una de esas familias burguesas en la que cada miembro, incluido el padre ausente sustituido por el hijo mayor (Jean-Paul Rouve), ocupa su estratégico lugar complementario para el funcionamiento del engranaje de la diversidad y la moraleja.

A saber, un filme demasiado atado por su escritura, basada en la novela de Anna Gavalda, que apenas deja respirar a sus criaturas, cuatro hermanos con distintas aspiraciones y conflictos personales, de la reaparición de un viejo amor a un embarazo, del enamoramiento a lo laboral, más allá de esos accidentes y circunstancias diseñados en una estructura novelesca que no consigue ir más allá de la epidermis de los hechos consumados y la continuidad a toda costa.

El filme de Arnaud Viard (París, Clara y yo) responde así al esquema del melodrama encorsetado en su voluntad de espejo realista, incapaz de volar más allá del papel (pienso en Las horas del verano de Assayas como modelo superior) y, sobre todo, de descifrar realmente el interior de unos personajes y, en consecuencia, de acompañarlos en sus catarsis y liberaciones después de la tragedia.   

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