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La familia Samuni | Crítica

Antes todo esto era un huerto

Es casi un doble milagro que se estrene en la ciudad La familia Samuni. Uno por razones obvias, el otro por la singularísima y original condición híbrida y experimental de un filme que es a un tiempo un documental sobre la barbarie humana en la franja de Gaza, y por otro un extraordinario filme de animación que recrea, en unos trémulos dibujos de tinta en blanco y negro de Simone Massi y en unas imágenes 3D que simulan esa mirada fría, distante y en negativo de los drones asesinos, el episodio del asedio, la destrucción y el asesinato en enero de 2009 de varios miembros de una misma familia y de otros vecinos, hasta 29, del humilde barrio agrícola de Samuni.

Premiada en la Quincena de Realizadores de Cannes y en el SEFF 2018, la cinta del italiano Stefano Savona (Notes from a kurdish rebel, Tahrir: Liberation square) se acerca así a la tragedia real y a sus protagonistas con las armas de la poesía y la voluntad de la restitución moral de una dignidad arrebatada por las bombas y metralletas del ejército israelí, una hermosa restitución fílmica que pasa por el documento de un presente desolado en reconstrucción (física y moral) y por la materialización in absentia de imágenes tan bellas como inestables y abstractas de aquel tiempo de normalidad comunitaria previo a la destrucción y, en el que se nos antoja el pasaje más poderoso del conjunto, de la fatídica noche de los disparos contra hombres, mujeres y niños inocentes.

Y en el epicentro de la historia, como guía y médium entre tiempos, sueños, pesadillas y premoniciones simbólicas, aparece la niña Amal como verdadera y casi milagrosa superviviente, eje, voz y mirada de un relato que, en su mezcla de materiales, tiempos y texturas, recompone de manera original y por momentos emocionante una de esas recientes páginas negras de la Historia que no siempre son pasto de los telediarios.