Una chica fácil | Estreno en Netflix

El verano del desconcierto

Mina Farid y Zahia Dehar en una imagen de 'Una chica fácil'.

Mina Farid y Zahia Dehar en una imagen de 'Una chica fácil'.

Sobre la base de su premisa de película de iniciación de ambientación veraniega y luminosa, el cuarto largo de Rebecca Zlotowski (Belle épine, Grand Central, Planetarium) desafía expectativas o prejuicios a medida que va alejándose del discurso moral sobre sus personajes o desprendiéndose del peso de la lectura política sobre la eterna lucha de clases.

Estamos en la costa azul y dos primas se reúnen durante las vacaciones: una aún estudia y vive como una adolescente más o menos convencional, la otra, hermosa, sensual y exuberante, coquetea con el lujo y lo que apunta a la prostitución. Juntas pasean, charlan, se bañan, van a bailar y conocen a una pareja de empresarios que tienen su yate atracado en el puerto. Se establece entonces una relación doble en paralelo, la entrada y salida en dos mundos incompatibles, un intercambio de complicidad y observación marcado por el sexo pero que el guion elude juzgar o escrutar frontalmente como parte de la explotación o el monstruo capitalista y heteropatriarcal.

Lo interesante de este filme radica precisamente en cómo sortea ciertas obviedades para acercarse a los personajes y a los distintos episodios y encuentros entre ellos desafiando las previsiones sobre el conflicto y la dialéctica, cómo en cada nueva situación un leve misterio se abre paso entre las lecturas más explícitas de su discurso. Queda entonces la sensualidad estacional, la mirada distanciada al lujo y las alturas, la cercanía al proceso de transformación interna de un personaje, el de la joven Naïma, que se debate silenciosa entre esos dos mundos que ahora conoce y que le hacen dudar de su camino. Suspendido el juicio, atenuada la moraleja, Una chica fácil devine un cuento de verano para adultos sobre la encrucijada generacional, la toma de decisiones y cierta decadencia burguesa.