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Todo ha ido bien | Crítica

La buena muerte

Sophie Marceau, Géraldine Pailhas y André Dussollier en una imagen del filme de Ozon.

Sophie Marceau, Géraldine Pailhas y André Dussollier en una imagen del filme de Ozon.

El francés François Ozon es uno de los contados cineastas que pueden permitirse hoy el lujo de hacer una película al año dentro del régimen industrial y con pleno control y libertad de movimientos. O al menos, eso parece. Bien es cierto que este ritmo de trabajo no siempre está acompañado de unos mismos resultados, asunto que tampoco parece preocuparle demasiado y que se traduce en ocasiones en un aparente desinterés por las formas o el acabado en favor de una mirada resolutiva sobre relatos que suelen poner el foco en ciertas controversias contemporáneas.

Es el caso de esta Todo ha ido bien que adapta la novela autobiográfica de Emmanuèle Bernheim, un filme mutante en su propio desarrollo que abraza paulatinamente una perspectiva sobre la eutanasia y el derecho a la muerte digna desde un laicismo y una contención melodramática que alcanzan en su segunda parte un inesperado y lúcido viraje hacia la comedia negra que algunos han confundido con falta de empatía.  

Absténganse por tanto de acercarse a este filme aquellos con fuertes posicionamientos y convicciones morales sobre el derecho al suicidio asistido. Sí pueden hacerlo más tranquilamente los que consideren al hombre como origen y fin del hombre y el derecho a la muerte digna un logro cívico de las sociedades avanzadas, por más que el caso del que se ocupa el filme, el deseo de poner fin a su vida de un anciano (un André Dussollier entre apósitos liberado incluso para la autoparodia) tras sufrir un accidente vascular que lo ha dejado paralizado en silla de ruedas, ponga también de manifiesto, aunque no sea ese el propósito del filme, las trabas de la ley gala a la hora de reconocer y no sancionar penalmente el ejercicio de la muerte asistida incluso en los casos más extremos de padecimiento.

Todo ha ido bien sortea así toda deriva melodramática o debate ético sobre el asunto pero sin restarle la gravedad existencial y emocional que lo rodea, poniendo a las hijas que interpretan dos estupendas Sophie Marceau y Géraldine Pailhas en ese conflicto interno y esa distancia justa del respeto a la decisión del padre autoconsciente, al tiempo en que se filtra una relación que no ha sido precisamente fácil para terminar atemperando las emociones más viscerales.

Ozon conduce con la habitual soltura económica un relato que se permite algunos agujeros oníricos, viajes por la memoria e incluso notas de suspense médico-policial, pero que se mantiene siempre firme, aun a costa de toda estilización o sutileza, en su camino desde las sombras y la angustia a esa salida elíptica y liberadora de quien, tras una vida plena, imperfecta y plagada de contradicciones, aún puede decidir cómo terminarla en conciencia, dignidad y libertad, aunque sea en la neutral Suiza.