Nosotros no nos mataremos con pistolas | Crítica

Generación Fracaso

Los cinco amigos protagonistas del filme de Ripoll.

Los cinco amigos protagonistas del filme de Ripoll.

El esquema lo conocemos bien y tiene hasta etiqueta propia en Filmin: ‘reunión de amigos’, ya saben, de Los chicos de la banda a Reencuentro, de Los amigos de Peter a Pequeñas mentiras sin importancia. El contexto y la generación sí que cambian: se trata ahora de esos millennials treintañeros que regresan con las orejas gachas al pueblo (valenciano, en valenciano, supongo que las subvenciones autonómicas obligan) para quitarse las máscaras y restregarse unos a otros sus respectivas crisis y fracasos.

El trasfondo y la estructura teatral (de Víctor Sánchez Rodríguez) se dejan sentir en todo momento, aunque María Ripoll (Tu vida en 65’, Ahora o nunca, Vivir dos veces) aspira a airear el escenario único con algunos apuntes de ambiente socio-laboral, los rescoldos enfriados de la vieja ‘ruta del bakalao’ y una catarsis de liberación sexual que atenúe el acecho de la muerte que planea a lo largo del filme.

Toca ahora hablar de los intérpretes en una película que lo fía casi todo a ellos, y es ahí donde, una vez más, y pensarán ya que es una manía, Ingrid García Jonsson, a la sazón también productora, no termina de empastar con el resto de sus compañeros, siempre un punto dramático por encima del tono naturalista al que se aspira y que, en todo caso, no fluye como sería deseable. Quién sabe si por el vaivén entre el castellano y el valenciano, si por los giros marcados, si por esa necesidad de verbalizarlo todo por si acaso.

Retrato de una generación fracasada y desorientada, Nosotros no mataremos con pistolas tal vez hubiera necesitado más silencios y menos subrayados para llegar a un mismo diagnóstico sobre la fragilidad de la amistad, la descomposición de las raíces, el despertar adulto en un mundo complejo y la sanación de las heridas.