Ninjababy | Crítica

Otras maternidades, otros amores

Kristine Kujath Thorp y su feto imaginario en una imagen de 'Ninjababy'.

Kristine Kujath Thorp y su feto imaginario en una imagen de 'Ninjababy'.

El cine noruego parece haberle cogido el tranquillo a esta época poliamorosa, fluida y líquida de las nuevas relaciones sentimentales, también a esa nueva mujer libre y empoderada que no se contenta ya con un rol secundario y reivindica su lugar protagonista para y desde la narración de los relatos.

Lo veíamos en La peor persona del mundo, de Joachim Trier, a propósito de una treintañera desorientada, y lo vemos ahora en esta Ninjababy que, con un tono más liviano, deudora del espíritu y la estética de su origen gráfico, aborda el retrato de una veinteañera de vida disipada a la que un embarazo inesperado le cambiará el guion de un día para otro.

El filme de Yngvild Sve Flikke, mejor comedia en los últimos Premios del Cine Europeo, adopta así las formas del indie salpicado de trazos de animación pop para acompasar el desparpajo y la mirada de nuestra protagonista (Kristine Kujath Thorp, todo un descubrimiento) y su particular y desenfadada manera de afrontar las dudas sobre el aborto, formar una pareja o dar al niño en adopción, atribulada en la compañía de su compañera de piso, dos amantes trazados desde la caricatura, una hermanastra y la criatura que cobra forma como dibujo y con la que mantiene una cansina relación y un diálogo imaginarios.

Filme de indudable espejeo generacional, Ninjababy parece diseñada para conquistar públicos juveniles y postadolescentes en su estética y su mirada no normativa, aunque a la postre sea algo más conservadora y timorata en su salida de lo que podría pensarse.