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El triunfo | Crítica

Liberté, Egalité, Fraternité, Teatralité

Una imagen del filme de Emmanuel Courcol.

Una imagen del filme de Emmanuel Courcol.

El triunfo viene a ser una de esas películas eminentemente francesas secuestradas por el dichoso encabezamiento del “basada en hechos reales”, a saber, los que dan cuenta de cómo un grupo de presos acabaron interpretando nada menos que el Esperando a Godot de Samuel Beckett e incluso salieron de gira después de iniciar un taller de teatro amateur entre rejas.

El problema es que la anécdota real, aplaudida por el propio dramaturgo en vida, sucedió en la Suecia de 1986 y no en la Francia reciente. Y no es este asunto menor en el proceso de adaptación ficcional, ya que la cinta de Emmanuel Courcol incide constantemente en el espíritu fundacional y los grandes valores de la República gala, ya saben el lema de sobra, sobre esa nueva realidad multicultural que tiene en las cárceles el último bastión para una posible política integradora y reformadora para aquellos que se han movido en los márgenes de la ley y el orden social.

Estamos por tanto ante un filme que blande su bandera idealista y su mensaje de buen rollo sobre una falsa premisa de realidad factual, pequeña trampa que sin duda hace que todo funcione de manera mucho más efectiva en sus peajes sentimentales, su amable pintoresquismo carcelario, su aligeramiento y fragmentación del texto original y su retrato de un instructor (Kad Merad), actor en crisis, como catalizador y referente moral de una terapia de grupo que, en el fondo, responde a todo un proyecto político y social.

Para cuando llega el momento de la función final, tan catártica como previsible, sobre las tablas del gran, aterciopelado y solemne escenario oficial, El triunfo ya viene demasiado amañada y respaldada por el eco simbólico de la obra beckettiana como para que nadie salga de la sala sin el pellizquito y la lección bien aprendida.