El poder del perro | Crítica

El silencio de una nación

Benedict Cumberbatch presenta su candidatura al Oscar con su trabajo en el filme de Campion.

Benedict Cumberbatch presenta su candidatura al Oscar con su trabajo en el filme de Campion.

Felicísimo reencuentro con la neozelandesa Jane Campion (El piano), que ya había anunciado el camino en la serie Top of the lake, El poder del perro se adentra en los materiales, modos y paisajes cambiantes del western tardío salidos de la novela de Thomas Savage para darles un considerable volteo que pone precisamente en la masculinidad consustancial al género el foco de su poderosa y original relectura.

Ambientada en 1925 en una granja de Montana a los pies de una cordillera siempre amenazante, la película da cuenta de la turbia relación entre dos hermanos antagónicos que dirigen la próspera ganadería familiar. Benedict Cumberbatch compone de manera soberbia al hermano hosco, viril y cruel depositario de los viejos valores del Oeste, mientras que Jesse Plemons encarna al tipo sensato, educado y emprendedor que se ha fijado en la viuda regente de un restaurante local (Kirsten Dunst) para sus planes de futuro.

La casa sombría, la habitación de los hermanos y ese círculo de vaqueros rudos que los rodean son filmados por Campion con una poderosa imaginería neoclásica a mitad de camino entre Hopper, el Stevens de Gigante, el Kazan de Al este del Edén o el Paul Thomas Anderson de Pozos de ambición. No parece casual en este sentido la elección del compositor Jonny Greenwood, cuya seca y extraordinaria música de cámara contamina y transforma la imagen, siempre en un tono tenso e inquietante, hacia esa lectura escondida que atraviesa la película en clave freudiana.

Y es que superada su primera mitad, ejecutada la escisión fraterna, El poder del perro vira entonces hacia su verdadera reescritura, poniendo el foco en el personaje de Cumberbatch, que hasta entonces no ha hecho sino exhibir su hombría y su desprecio al joven hijo (Kodi Smit-McPhee) de la nueva mujer de su hermano, para revelar su condición sexual y, de paso, desmontar esa mitología del western encarnada en la figura de Bronco Henry, trasunto de la famosa estrella Bronco Billy.

Es ahora Claire Denis, y pienso especialmente en Beau travail, quien será convocada en una mirada que ha cambiado radicalmente para observar los cuerpos y gestos masculinos desde una perspectiva y una dimensión insólitas, puerta de entrada a una nueva etapa donde la ambigüedad y la amenaza se inyectan ya en cada plano, en cada nota y en cada conversación, fuerzas reprimidas que hacen de esta segunda parte un auténtico réquiem en el que se funden el viejo y el nuevo orden, el mito y la Historia, el pasado y el futuro íntimo de una nación que avanzó siempre, parece recordarnos Campion, a costa de la represión, la violencia o el exterminio.