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El discípulo | Estreno en Netflix

Hacia la pureza

El alumno observa al maestro en una imagen del filme de Chaitanya Tamhane.

El alumno observa al maestro en una imagen del filme de Chaitanya Tamhane.

El segundo largo de Chaitanya Tamhane (Tribunal) confirma a uno de los valores más sólidos del último cine de autor indio. Por el Festival de Venecia y con aval ejecutivo de Cuarón pasó en 2020 este Discípulo que se adentra en el fascinante mundo de la música clásica de la India para trazar el retrato de un joven cantante en su denodada búsqueda de la pureza y las esencias de la tradición de transmisión oral en un mundo en mutación que precisamente lo aparta de su anacrónico empeño.

Nuestro protagonista (Aditya Modak) asiste a las clases de su maestro, lo acompaña en sus conciertos y escucha las lecciones grabadas de otra gurú en un doble proceso de aprendizaje y preservación escolástica en el que las raíces familiares, representadas por su padre también cantante y etnólogo musical, se encarnan en tres tiempos, entre los años 80, los primeros años del siglo y el presente, en el que todo ese legado se ha mezclado, transformado o desvirtuado en productos comerciales y talent shows televisivos.

Tamhane filma la música en vivo sin trampa ni cartón como parte orgánica de su discurso, buscando en su puesta en escena la autenticidad, las miradas y reacciones entre maestro y discípulo, entre el intérprete y su audiencia, un ejercicio reposado y minimalista siempre a la distancia justa para que el espectador pueda percibir el conjunto, la temporalidad y la materialidad del hermoso y virtuoso acto musical. El cineasta también parece situarse en algún lugar intermedio entre la empatía y el desconcierto, acompañando a su personaje en la noche de Mumbai sobre las viejas grabaciones magistrales de la gurú, ralentizando los desplazamientos en moto para hacer si cabe más audible y trascendental ese discurso utópico de búsqueda espiritual y mística de la pureza que se hace cada vez más difícil en el mundo moderno.

Un poderoso fundido a negro nos lleva a una segunda parte en el presente donde todo lo apuntado se fragua ya de manera más explícita, en las conversaciones, los flash-backs, en la obsesión por la concursante televisiva o en esas dos escenas con el alumno y el experto musicólogo en la que estalla de manera abierta la frustración de nuestro asceta.  A la postre, le queda al espectador situarse por su cuenta ante su dilema, observando y escuchando sin demasiadas interferencias esa hermosa música trasmitida de generación en generación, de raga en raga, que tal vez perviva antes en la voz de un paria en los vagones del metro que en los archivos de los antropólogos e historiadores.