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Aftersun | Crítica

Recuerdos y despedidas

Francesca Corio y Paul Mescal en una imagen de 'Aftersun'.

Francesca Corio y Paul Mescal en una imagen de 'Aftersun'.

La primera película de la escocesa Charlotte Wells se ha abierto paso en numerosas listas con lo mejor de este año desde sus formas sensoriales y el intimismo de su historia paterno-filial que, como bien apuntó el colega y amigo Santi Gallego durante el pasado SEFF, tiene tal vez demasiadas deudas y similitudes en fondo y forma con Somewhere (2010), de Sofia Coppola.

Con todo, la sobredimensión crítica no le hace demasiado favor a un filme que tal vez tenga menos sustancia, emoción, finura y originalidad de lo que se proclama, una película que, en cualquier caso, busca en su superficie fragmentaria e impresionista narrada desde el presente la reconstrucción fantasmal de la figura del padre (Paul Mescal, también candidato a numerosos premios de la temporada) en el relato de unas vacaciones low-cost en un resort de la costa turca rememoradas como ese último gran tiempo compartido.

Wells filma de cerca, desde las esquinas y en los reflejos, desde los sonidos y músicas ambiente, dejando entrever el trasfondo trágico de ese relato incompleto hecho de retazos, materialización de una memoria difusa, volátil e imprecisa. Lo prosaico, lo banal y lo lírico se entrecruzan así en un filme que adelanta demasiado la amargura disimulada del destino entre cintas de vídeo, tiempos muertos y canciones de karaoke. Con todo, es difícil no identificarse con ni proyectarse en esta pequeña historia de padecimientos (también de clase) callados, crecimiento emocional, afectos en proceso de maduración y memoria (autobiográfica) a partir de la materia física del cine.