Crítica 'Pina'

La consagración de los volúmenes

Pina. Documental 3D, Ale-Fra-RU, 2011, 103 min. Dirección y guion: Wim Wenders. Fotografía: Hélène Lovart y Jörg Widmer. Estereógrafo: Alain Dérobe. Música: Thom Hanreich y varios. Coreografías: Pina Bausch.

Para castigo y penitencia de sus detractores de vista cansada, el cine en 3D y sus gafas anaglíficas están aquí para quedarse, y no sólo para revitalizar el blockbuster con su quincalla pirotécnica al servicio de las sensaciones de vértigo, sino también para poner a prueba a aquellos valientes que no le tengan miedo al progreso tecnológico como herramienta para la creatividad y la exploración formal.

Si el digital y sus nuevas texturas ya rescataron a Wenders de una de sus etapas más oscuras en aquel memorable documental llamado Buena Vista Social Club, las tres dimensiones vuelven a situarlo en primer plano de actualidad como cineasta capaz de investigar la profundidad, la puesta en escena, los cuerpos y los volúmenes de las sobrecogedoras coreografías de Pina Bausch a través de la lente estereoscópica.

No es de extrañar que sean algunos de los directores de la generación de los 70 los que quieran explorar otros caminos expresivos del 3D: pronto llegarán los nuevos trabajos de Herzog (Cave of forgotten dreams) o Scorsese (The invention of Hugo Cabret) para corroborarlo.

La relación de Pina Bausch (1949-2009) con el cine se remonta también a los años setenta, de cuando datan las primeras filmaciones de sus coreografías que dieron paso a interesantes trabajos documentales como el que realizara la gran directora belga Chantal Akerman. Fellini y Almodóvar también contaron con ella o le han rendido homenaje en Y la nave va o Hable con ella, y estas mismas semanas también puede verse en salas Dancing dreams, que nos acerca a sus personales métodos de enseñanza.

El trabajo de Wenders pretende despegarse de cierta ortodoxia documental aunque no lo consigue del todo. No cabe duda de que sus mejores y más brillantes hallazgos están relacionados con la exploración de la tridimensionalidad de la imagen, especialmente en un portentoso arranque en el que, al son de la fundacional Consagración de la Primavera de Stravinsky, la cámara nos sitúa en espacios, umbrales y recovecos que nos hacen participar del escenario y el movimiento de los bailarines desde una perspectiva insólita, nunca antes vista ni experimentada así en una pantalla.

Respetando el marco del proscenio y recreando algunas de las mejores piezas de su repertorio, Wenders se adentra poco a poco en el escenario para acompañar el flujo nervioso y teatral de los cuerpos desde una distancia siempre prudencial, sin convertir su herramienta volumétrica en un mero gadget para el exhibicionismo efectista.

Por contra, otra buena parte de los números transcurren en exteriores y localizaciones naturales, siendo las de carácter urbano, filmadas en la espectacular y moderna ciudad de Wuppertal, sede de su compañía, las más interesantes como marco artificial en el que concebir la danza como parte del mobiliario cotidiano. De más dudoso gusto nos resulta la elección de espacios abiertos y desérticos como fondo para una cierta abstracción que, en ocasiones, roza la cursilería poética.

El indudable sesgo culturalista de la operación queda compensado sin embargo por la energía y la fuerza expresiva de las coreografías y por un trabajo de cámara y montaje que las acompaña siempre con sentido espacial y respeto por los cuerpos.

El desequilibrio del conjunto se hace más palpable cuando Wenders decide dar voz (off) y rostro a los miembros de la compañía de Bausch, que la recuerdan y homenajean con frases y relatos que no por menos sinceros dejan de caer en el lugar común. Peajes para cuadrar y hacer más ameno, digerible y didáctico un formato que hubiera deslumbrado por sí mismo con la pasmosa elocuencia tridimensional de la danza.

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