Black Phone | Crítica

Cuando suenan teléfonos que no deberían sonar

Un fotograma de 'Black Phone'.

Un fotograma de 'Black Phone'. / D. S.

Los teléfonos desconectados que suenan y los teléfonos a través de los que habla quién (o qué) no debería hacerlo son un excelente recurso del terror. En uno de los más breves y terroríficos cuentos de Lovecraft cuyo nombre no recuerdo, pero cuyo escalofrío no olvido, un tipo, provisto de un dispositivo para comunicarse con los amigos que le esperan arriba, baja a una tumba. Al rato alguien -o, aún peor, algo- les habla a través del aparato diciéndoles que su amigo, a quien nunca volverán a ver, está "con ellos". En esta película también hay un teléfono que no debería sonar, que no puede sonar… Pero que suena en un sótano en el que un adolescente ha sido secuestrado por un sádico hombre del saco. 

Una buena idea que rescata una situación mil veces rodada en las últimas décadas de auge del cine de terror en todas sus variantes, desde las más interesantes (recuérdese que el secuestro y la reclusión en sótanos está presente desde la fundacional El silencio de los corderos) y serias (La habitación) a las más truculentas y guarrindongas. Scott Derrickson es un artesano estira franquicias (Hellraiser V: Inferno) y destroza clásicos a golpe de remake (Ultimátum a la tierra). Pero también un buen director capaz de rodar con seriedad un espeluznante caso real (El exorcismo de Emily Rose: lástima que su regreso a los exorcismos fuera el bodrio Líbranos del mal), solventes thrillers fantásticos (Sinister) y juguetonas y extravagantes variaciones sobre el al parecer inagotable universo Marvel (Dr. Strange).

En esta ocasión se queda a medio camino entre sus mejores y peores películas. Su reencuentro con la productora independiente especializada en terror Blumhouse tras Sinister, muy deudor del universo de Stephen King en el que tan importantes son los niños y adolescentes que a sus males familiares han de añadir el enfrentarse al mal absoluto, funciona bien aunque nunca acabe de despegar.

La desaparición de los niños generando un terror de cuento con ogro en una comunidad, la furgoneta, los globos… Todo, como he dicho, tiene un aire Stephen King. Nada, por otra parte, sorprendente dado que el guión se basa en un cuento de Joe Hill, que su nombre real es Joseph Hillstrom King y que resulta ser, sí, hijo de Stephen King.

Bien Ethan Hawke -que ya había trabajado con Derrickson en Sinister- interpretando un tipo infrecuente en su ya larguísima filmografía, aunque las estrellas de la película son el jovencísimo Mason Thames… y un teléfono.  

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