Crítica de Cine

Willis de tercera o Bourne de cuarta

Una cosa es ser listo, otra tener talento y otra ser un genio. Los primeros pueden prescindir del oficio porque juegan con trampa, tienen suerte o sólo son un destello en el que se agota todo lo que un cineasta que se cree más de lo que es pueda aportar. El talento y el genio, en cambio, no pueden prescindir del oficio que permite a quien tiene lo primero desarrollar una carrera honorable y quienes poseen el don de lo segundo iluminarnos, o incluso deslumbrarnos, película tras película. Michael Cuesta es un tipo listo que gracias a la suerte o a un breve destello pasó por ser un cineasta interesante para ahora demostrar que no posee ni tan siquiera oficio. Su carrera es un manual de los bluf que viene vendiendo el festival Sundance: se dio a conocer allí con el premio obtenido por la interesante L.I.E. (2001). En la siguiente década se dedicó a la televisión aportando solo un aceotable largometraje El fin de la inocencia (2006). Tras ello se dedicó ya del todo a la televisión ofreciendo unas pocas y cada vez peores películas entre las que solo destaca Matar al mensajero (2014). Y ahora, con American Assassin, toca fondo.

Es una especie de Bruce Willis sin Bruce Willis o de Bourne sin Bourne, y hasta con un cierto tufo a los vengadores que Charles Bronson interpretó en sus honestamente toscas películas con Michael Winner. Pero no se hagan ilusiones. American Assassin es mucho menos entretenida que las películas de acción de Willis, y no digamos que las de Bourne, e infinitamente más pretenciosa y menos toscamente honrada que las disparatadas de Bronson. Se le nota a Cuesta la falta de oficio para pasarse de proyectos supuestamente personales al cine de género.

Basada en una de las muchas novelas de Vince Flynn dedicadas al vengador Mitch Rapp, en ella se cuenta por qué el protagonista se convirtió en un killer sediento de venganza actuando a la sombra de la CIA. Un ataque islamista a un resort provoca el trauma del protagonista y le abre un ilimitado apetito de venganza que un maestro en las artes de dar muerte encauzará al servicio de la patria. Dylan O'Brien no parece tener claro si está en las fantasías de su serie Teen Wolf, en la saga de El corredor del laberinto o en una película que presuntamente trata del grave tema del terrorismo global, aunque sea en clave de acción disparatada. Michael Keaton hace de Lee Marvin en 12 del patíbulo. Taylor Kitsch tal vez sea el mejor de los tres: el papel de malo siempre es el más agradecido.

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