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OBITUARIO

Wes Craven, maestro mayor de un género menor

  • El creador de Freddy Krueger y 'Scream' siempre rodó desde un profundo amor al cine.

Físicamente podía recordar al Burt Reynolds de la estupenda Boogie Nights de Paul Thomas Anderson y, mira por dónde, en sus dificultosos inicios dirigió un porno bajo el seudónimo de Abe Snake. Wes Craven, fallecido anteayer a los 76 años, se inició en el cine dos veces tarde: a causa del rigorismo religioso de su familia, que le prohibía ir al cine, vio su primera película siendo adolescente; y se dedicó a la dirección, dejando atrás su profesión docente tras graduarse en Literatura inglesa y Filosofía, con 30 años. Su primera película, La última casa a la izquierda, que costó 70.000 dólares y recaudó tres millones, ahondaba en 1972 el filón psycho killer que habían abierto Powell y Hitchcock en 1960 con El fotógrafo del pánico y Psicosis (con el precedente inmediato de La noche del cazador de Laughton en 1955).

El mismo año 72 en el que Craven estrenaba su primera película, Coppola simbolizaba el inicio de una nueva etapa en la historia de Hollywood con El Padrino y Clint Eastwood abría una nueva senda en el western con Joe Kidd. Empezaba la era de la conversión de la serie B en costosas producciones de inmenso éxito y de la refundación de géneros antes infravalorados. Un año más tarde, en 1973, Friedkin -siguiendo el camino abierto por Polanski con La semilla del diablo en 1968- ascendía de categoría el terror demoníaco con El exorcista, y en 1975 Spielberg hacía lo mismo con las películas de bichos en Tiburón; en 1976 De Palma se consagraba, y de paso catapultaba a Stephen King, con Carrie; en 1977 Lucas recuperaba la ciencia-ficción kitsch, heredera de las series B y los seriales televisivos, con La Guerra de las Galaxias; en 1978 Donner rodaba la primera película de gran presupuesto y aún mayor éxito basada en un superhéroe de cómic, Superman; en 1979 Ridley Scott inventaba el terror biológico con Alien; en 1981 Spielberg redefinía la aventura fantástica y exótica con En busca del Arca perdida; y en 1982 John Milius añadía la fantasía heroica con Conan el bárbaro. Estos eran los primeros espadas de la generación de los 70 en lo que se refiere a la recuperación, dignificación, recreación, redefinición -todo a la vez- de los géneros tradicionalmente condenados a las series B o la televisión. Se iniciaba el ciclo que aún hoy, casi medio siglo más tarde, vive el cine comercial de Hollywood, volcado desde aquellos años en los públicos adolescentes.

Wes Craven, junto a John Carpenter, Sam Raimi, Tobe Hooper o Joe Dante, pertenece a la segunda división -los más próximos a la serie B de los años 50, la factoría de Roger Corman o los seriales televisivos- de estos cineastas que en los 70 y 80 protagonizaron la refundación neoclásica o posmoderna de estos géneros antes menospreciados. Grandes artesanos de obras desiguales, pero en las que hay importantes estallidos de talento y tuvieron una decisiva influencia en el cine popular. Las carreras de los cinco son paralelas. Por referirnos sólo a los años clave de los 70 y 80, mientras Wes Craven estrenaba La última casa a la izquierda (1972), Las colinas tienen ojos (1977), Bendición mortal (1981), La cosa del pantano (1982), Pesadilla en Elm Street (1984), Amiga mortal (1986) o La serpiente y el arco iris (1987), Carpenter estrenaba Dark Star (1974), Halloween (1978), La niebla (1980), Rescate en Nueva York (1981), La cosa (1982), Christine (1983), Starman (1983), El príncipe de las tinieblas (1987) o Están vivos (1988); Hooper estrenaba La matanza de Texas (1974), Trampa mortal (1974), El misterio de Salem's Lot (1979), Poltergeist (1982), Lifeforce (1985) o Invasores de Marte (1986); Dante estrenaba Piraña (1978), Aullidos (1981), Gremlins (1984), Explorers (1985) o El chip prodigioso (1987); y el algo más tardío Raimi estrenaba The Evil Dead (1981), Crimewave (1985), Evil Dead II (1987) o -permítanme saltarme el límite de los 70 y 80 por lo mucho que me gusta como homenaje a Harryhausen- El ejército de las tinieblas (1992).

Todos estaban unidos por la devoción a la serie B y los seriales televisivos. Que en homenaje a la mítica serie de Rod Serling, Joe Dante dirigiera uno de los episodios del largometraje Dimensión desconocida y Wes Craven realizara cinco episodios de su reposición televisiva en 1985 -en la que también intervinieron Joe Dante y John Milius- no es casual. Comparten un sincero amor al cine y a estos géneros antes menospreciados. E incluso ahora. En una de sus últimas entrevistas Wes Craven decía: "Leí una crítica de un tipo que decía que prefería que le clavasen agujas en los ojos antes que volver a ver una película mía. Y eso duele, por supuesto. Las evitas, pero te pueden dañar".

Sin embargo su obra no fue, ni mucho menos, despreciable. Tras sus éxitos de los 70 y 80, dándole al cine de terror el Freddy Krueger que ya forma parte de su historia, volvió a hacer una aportación sustancial con la serie Scream, de la que dirigió cuatro entregas entre 1996 y 2011. Gran artesano, Craven fue uno de los que se tomó más en serio estos juegos del cine con el propio cine. Lo mejor y más personal de su obra es precisamente el juego entre el sueño o la ficción y la realidad, claves sobre las que construyó al Freddy Krueger que utiliza los sueños como puerta de entrada y creó con la saga Scream -además de otro icono del terror: Ghostface- el slasher autoconsciente (subgénero de adolescentes asesinados por un psicópata) cuyos protagonistas saben que están viviendo en la realidad esas películas, multiplicándose las referencias a otras películas y a la mecánica de los guiones de este subgénero. Cineasta de segunda fila si se compara con los colosos de los 70 -los Coppola, Allen o Scorsese-, es también un maestro mayor de un género que no renuncia a ser menor. Porque en ello está su libertad y su gracia.

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