Crítica 'Fuerza mayor'

Versión plasta de 'Lord Jim' con plumífero

Fuerza mayor. Drama, Suecia, 2014, 100 min. Dirección y guión: Ruben Östlund. Fotografía: Fredrik Wenzel y Fred Arne Wergeland. Intérpretes: Vincent Wettergren, Lisa Loven Kongsli, Clara Wettergren y Johannes Bah Kuhnke.

Un guapo, joven y económicamente desahogado matrimonio sueco pasa unos días en una estación alpina junto a sus encantadores hijos. El único problema es que son suecos. O, lo que es lo mismo, que tras tanta belleza, juventud, dinero, encantadora descendencia y gratas vacaciones en un lujoso entorno les corroe a todos la carcoma (por decirlo bergmanianamente) del desamor, el miedo, el asco, la incomunicación, el hastío existencial y todo lo que el cine sueco viene contándonos desde hace demasiado tiempo. Por lo que, para precisar mejor las cosas, habría que decir que el problema de estos desdichados/ricos y sufrientes/privilegiados personajes se deben a que su director sea sueco y eso le obligue a intentar demostrar que tras el bienestar sólo hay vacío, tras el matrimonio sólo frialdad, tras las relaciones entre padres e hijos sólo apariencias y tras la vida sólo una desoladora nada. La historia, las estadísticas, los reportajes y la experiencia de quienes conocen bien aquel país dicen que no es así. El cine se empeña en negarlo creando esta versión de la pobre niña rica convertida en la angustiada sociedad rica. Lo que de paso sirve a los pobres del sur para consolarse diciéndose que, por lo menos, son más felices. Cantinfleando, vamos.

Así que resulta que esta familia que sería razonablemente feliz de no ser sueca (o de no serlo el director) está desayunando en la terraza del hotel, que hay una avalancha que parece más peligrosa de lo que después resulta ser, que el polvo de nieve lo borra todo y que el papá sale pitando (con su móvil, eso sí) mientras sus criaturas le llaman desgarradoramente. Todo pasa. Papá vuelve. Pero, lógicamente, todos se han encabronado. Como son personajes de una película sueca primero todos se quedan mirando al vacío. Después los niños expresan su conflicto íntimo con comportamientos que anuncian que de mayores serán personajes de Bergman. Si fueran latinos enviarían al padre a la m… y ahí quedaría todo. Ellos primero se bloquean y se callan para después -labrando la desdicha de los espectadores de la película- darse explicaciones los unos a los otros. Y, no contentos con eso, dárselas también a otros turistas. Con lo que se cuelan más parejas cien por cien suecas, una vikinga y otra de esas que en las pelis de los 60 se llamaban abiertas. Y ésta es toda la película. Más las meadas que, vaya usted a saber por qué, el realizador se empeña en mostrarnos en todos lugares y circunstancias. Será el naturalismo nórdico, digo yo.

Correctamente interpretada y rodada con un seco aire tal vez dogmático o hanekiano al que se inyecta una ironía no siempre detectable, estos dos bienes no logran que a uno le interese un pimiento esta versión familiar de Lord Jim (el precio a pagar por un momento de cobardía) con plumífero que encantó en Cannes. A estas alturas de mi vida el vómito de nihilismo, desgarro, tristeza o crueldad con coartada de lucidez del cine de la dicen que envidiable Suecia se me antoja algo demasiado parecido a una millonaria mema poniéndole la cabeza como un bombo con sus melifluos pesares a una criada agobiada por sus propios problemas y trabajos. Pobres suecos ricos.

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