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Crítica de Cine

Variación galáctica apta para todos los públicos, no solo para 'starwarsfans'

Una imagen del 'spin-off' bélico-galáctico dirigido por Gareth Edwards.

Una imagen del 'spin-off' bélico-galáctico dirigido por Gareth Edwards.

Con la saga de La Guerra de las Galaxias -que está a punto de cumplir 40 años- se ha cebado la fatalidad al juntar en su culto a fans, frikis, críticos y -lo peor- especialistas en starwarslogía que desde serias cátedras y voluminosas publicaciones escriben sobre este entretenimiento como si fuera la Ilíada, la Odisea y la Eneida en un solo volumen. Nunca tanta goma y tanto peluche recibió tan devoto culto. La primera película (La Guerra de las Galaxias, 1977) era divertida y original, uno de los símbolos -situada entre Tiburón y En busca del Arca perdida- de la recuperación del cine inteligentemente intrascendente, desafiantemente escapista y acogedoramente recuperador de las antes ignoradas o denostadas series B que supuso una liberación de las duras décadas de las películas comprometidas y con mensaje. Pero de risa también se muere, el ensueño prolongado puede ser una enfermedad y el abuso de distracciones aburre. La siguiente, El imperio contraataca (1980), estaba también muy bien. La tercera, El retorno del Jedi, era peorcilla con tanto peluche. Y ahí quedó la cosa hasta que Lucas la resucitó en mala hora en 1999 con la puñeta de las trilogías de precuelas y secuelas que huelen más a goma (digital) que los soldaditos del O'95.

Trabajaba el otro día sobre la trilogía de Apu de Satyajit Ray -pura carne de cineclub de los años 50 y 60- y se me saltaban otra vez las lágrimas con sus planos sencillos en blanco y negro, tan llenos de emoción humana. Mientras las veía, sabiendo que se me venía encima Rogue One: una historia de Star Wars, recordaba el latino in medio virtus. Porque nos hemos pasado de rosca hasta tal punto que lo humano ha sido expulsado de las pantallas por lo inhumano, lo ahumano o lo poshumano. Pongan nombres de directores tenidos por grandes o de grandes máquinas de hacer dinero, lo mismo da. En fin...

Esta película es un spin-off, palabreja que designa el desarrollo en un largometraje de algún personaje o tema que fue secundario en otro. En este caso se parte de una frase del texto introductorio del 77 para desarrollar la historia de la desesperada y heroica misión de robar los planos de la Estrella de la Muerte, por lo que se sitúa entre la III y la IV entrega según la actual numeración. Como toda la saga, y muy especialmente su trilogía inicial de 1977-1983, se complacía en mezclar géneros -western, capa y espada, ciclo artúrico, bélicas de aviación, ciencia-ficción de serie B y televisiva, películas de samuráis, cómics de Flash Gordon- aquí parece optarse por el cine bélico de pequeños comandos enfrentados a gigantescos desafíos cuyo modelo más popular tal vez sea Los cañones de Navarone y cuya década de oro fueron los 60 de Los héroes de Telemark, El desafío de las águilas o Doce del patíbulo.

Toma en consideración tanto elementos de la saga como de las derivaciones de animación televisiva de Dave Filoni (La guerra de los clones) para crear un espectáculo entretenido que empieza dando tumbos narrativos, se afirma en su mitad y convence en su última parte. Siguiendo la moda oscura, el inglés Gareth Edwards (Monsters, la Godzilla de 2014) densifica la imagen con tonos sombríos, le da -dentro de lo que cabe- un cierto aire realista muy próximo al último cine bélico e intenta realzar el supuesto contenido político que algunos han visto en la saga, aunque afortunadamente no carga demasiado las tintas porque es consciente de que dirige un entretenimiento palomitero. ¿Lo mejor? El nuevo androide que le da una liberadora dimensión cómica y la batalla final. ¿Lo peor? Una Felicity Jones atacá que a otros ha gustado y la música de Giacchino, galácticamente alejada del talento de Williams. En lo suyo, la película está bien.

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