Crítica de Cine

Solidaridad (coreana) del taxi

Una imagen de la película que dirige Jang Hoon.

Una imagen de la película que dirige Jang Hoon.

Más allá de nuestro querido y siempre fiable Hong Sang-soo y a la espera de lo nuevo (Burning) de Lee Chang-Dong, la llama de aquel cine surcoreano que prendiera fuerte a comienzos de siglo empieza a apagarse entre blockbusters de género más o menos logrados (Tren a Busan, La villana, Psichokinesis) que suelen llevar más ruido que nueces en su envoltorio de lujo para el consumo interno y la ocasional exportación internacional.

Con el rostro del popular Song Kang-ho (Memories of murder, The Host, El imperio de las sombras) al frente, A taxi driver llega ahora para rememorar un episodio de la historia reciente coreana y reivindicar a sus héroes anónimos en un formato de drama de acción (bélica) que no termina de coger cuerpo y sustancia en su voluntad de denuncia y memoria patriótica.

Estamos en 1980 y en la ciudad de Gwangju se viven revueltas estudiantiles violentamente reprimidas por el ejército. En mitad de aquel caos, un simpático taxista en apuros llevará desde Seúl a un reportero alemán al epicentro de la acción para ser testigo directo de lo que los medios y el gobierno niegan. A taxi driver aspira así a ser la historia de una paulatina toma de conciencia, pero lo hace tirando de los peores recursos del melodrama y la ampulosidad, a lo que se suma el (involuntario) perfil cómico de un protagonista al que cuesta siempre creerse en mitad de esa sobredimensionada vorágine de injusticia, violencia y persecución (de fogueo).

Por si las fallas de verosimilitud y la desproporción no fueran pocas, la escalada de solidaridad entre los colegas del gremio taxista y el retrato simplista y maniqueo tanto del periodismo como de las fuerzas y mandos militares, terminan por convertir la película de Jang Hoon en un esquemático y vano intento de unir política, drama personal y espectáculo sin convencer en ninguno de los frentes.

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