Crítica 'Selma'

Sobrio y eficaz retrato de la América de Luther King

Selma. Drama, biopic. Reino Unido y Estados Unidos 2014, 128 min. Dirección: Ava DuVernay. Guion: Paul Webb. Intérpretes: David Oyelowo, Tom Wilkinson, Carmen Ejogo, Giovanni Ribisi, Lorraine Toussaint, Common, Alessandro Nivola, Cuba Gooding Jr., Tim Roth, Oprah Winfrey.

Un genio, y sólo un genio, puede hacer un discurso personal sobre un hecho histórico que aúne la más exigente creatividad con el rigor y la divulgación. Dado que genios hay pocos lo mejor que puede hacer quien no lo sea y se enfrente a una trama histórica, sobre todo si trata de cuestiones tan sensibles como la discriminación racial y la lucha por los derechos, es poner los no ilimitados medios creativos de los que disponga al servicio de la divulgación pedagógica del tema que trata. Logrará así un producto cinematográficamente digno y socialmente útil. Si, por el contrario, quien no tiene este don se cree un genio y hace (mejor: intenta) una versión supuestamente original y creativa, rueda necesariamente un churro además de malograr la divulgación de un asunto histórico importante que nunca está de más dar a conocer.

Esta semana se ha estrenado un churro (En tercera persona) de un director, Paul Haggis, que se cree un creador (y por tal fue tenido por algunos cuando estrenó la sobrevalorada Crash). Pero como no lo es (solo ha rodado una buena película, En el valle de Elah), lo que ha logrado es embrollar aún más una historia embrollada haciéndola más estúpida de lo que ya de por sí era.

Afortunadamente, éste no es el caso de la realizadora Ava DuVernay, que no es un genio pero sí una muy correcta directora autora de dos buenos melodramas (I Will Follow y Middle of Nowhere). Al enfrentarse a la figura de Luther King ha sido consciente de sus limitaciones y ha filmado con sobria seguridad esta poderosa historia, confiando con acierto en el talento de unos grandísimos intérpretes espléndidamente dirigidos. Logra así una obra de gran corrección formal que cumple sobradamente sus fines divulgativos.

La película empieza en lo más alto, la entrega del Nobel a Luther King, para dejar claro que tal distinción, el éxito de la marcha sobre Washington, el apoyo de la anterior administración Kennedy a los derechos civiles y la fama internacional de Luther King poco significaban en los estados más cerradamente racistas. Para ello se centra en el episodio de la marcha de Selma, cuya brutal represión precipitó que el presidente Johnson firmara la ley federal que garantizaba a los afroamericanos el ejercicio efectivo del derecho al voto. DuVernay, como coguionista y directora, tiene el mérito de representar sin maniqueísmo una situación que, por su injusticia y dureza, se presta a la simplificación. Hay buenos y malos, naturalmente, porque quien lucha por sus derechos es lo primero y los racistas son lo segundo. Pero entre unos y otros hay una inmensa gama de matices. Una de las aportaciones más valiosas de la película es la de visualizar el despertar de una conciencia adormecida en muchos blancos que no eran del todo conscientes de que a mediados del siglo XX en el país de las libertades sobrevivían situaciones propias del XIX esclavista. Y el despertar de la conciencia de muchos negros que creían inmodificable su situación o eran tentados de responder con violencia a la violencia. Las reacciones ante las imágenes televisivas de los sucesos de Selma muestran de forma contundentemente eficaz esta toma nacional de conciencia.

DuVernay recrea con profundidad las circunstancias del momento histórico. No pretende hacer un monumento a King, sino mostrarlo en su humanidad y su contexto. Las subtramas políticas (conspiraciones de Edgar Hoover, interés de Johnson por apoyar a Luther King para frenar a Malcolm X, enfrentamiento entre el presidente y el gobernador Wallace) tienen la emoción de un thriller. Las divergencias entre las diversas corrientes a favor de los derechos civiles (King, Malcolm X y los movimientos locales de Alabama) añaden una información imprescindible y riqueza de matices. Las personalidades de Luther King y Johnson dan lugar a un duelo político e interpretativo de altísimo voltaje gracias a las soberbias interpretaciones de David Oyelowo y Tom Wilkinson (servidas por una poderosa fotografía de Bradford Young que exprime la fuerza dramática de los primeros planos). Hay que agradecer también a DuVernay que en estos tiempos en que el cine comercial lo sacrifica todo al ritmo y al efecto, se tome su tiempo para profundizar en los personajes y en sus discursos, en las situaciones y sus contextos. Solo hay que reprocharle que en los momentos culminantes del puente y la carga, que exigen rigor y silencio, haya cámaras lentas y suenen unas canciones. No era necesario. Porque lo mejor de esta película es la sobria contención puesta al servicio de una historia que es necesario no olvidar.

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