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Richard Jewell | Crítica

Valor e independencia de un maestro del cine

Paul Walter Hauser es 'Richard Jewell'.

Paul Walter Hauser es 'Richard Jewell'.

Richard Jewell era un modesto guardia de seguridad que evitó, al descubrir la mochila con los explosivos, que el atentado contra los Juegos Olímpicos de Verano de 1996 en Atlanta se convirtiera en una matanza. Celebrado primero como un héroe al poco se convirtió en un villano a causa de los errores del FBI, la denuncia falsa de un antiguo empleador y la irresponsabilidad y sensacionalismo de los medios de comunicación tras una filtración. Que nunca fuera detenido y ni tan siquiera declarado sospechoso por las autoridades no importó. Durante tres meses Jewell vivió un infierno, fue hostigado por sus conciudadanos y linchado por los medios.

Basándose en el artículo Una pesadilla americana: la balada de Richard Jewell de Marie Brenner y en el libro La bomba, el FBI, los medios y Richard Jewell: el hombre atrapado en medio de Kent Alexander y Kevin Salwen, el guionista Billy Ray (autor de los excelentes guiones de El color de la noche, La guerra de Hart, El espía, La sombra del poder o Capitán Philips, experto por lo tanto en investigaciones sobre la verdad y héroes anónimos) ha escrito un texto poderoso y sobrio, hecho a la medida del estilo cada vez más esencialmente seco de Eastwood y del mundo temático que ocupa esta última etapa de la larguísima filmografía que este nonagenario tan en forma ha acumulado en sus 65 años como actor y 49 como director: los hombres comunes convertidos en héroes y a la vez en víctimas al verse inmersos en circunstancias excepcionales. Es el caso de sus últimas cinco películas –El francotirador, Sully, 15:17, tren a París, Mula y esta que ahora se estrena– inspiradas en hechos y personas reales.

Kathy Bates. Kathy Bates.

Kathy Bates.

De todos estos hombres comunes convertidos en héroes, Richard Jewell es el más vulnerable por ser el más modesto, el más alejado de los estereotipos vigentes y el más caricaturizable. El marine de El francotirador, el piloto de avión de Sully, los jóvenes de 15:17, tren a París y el anciano de Mula tenían más activos a su favor que este joven obeso que vive con su madre, cumple con su deber con una minuciosa puntillosidad casi obsesiva que irrita a sus empleadores y desempeña un trabajo que muchos desprecian. Eastwood por lo tanto apuesta por un perdedor mal visto –una parte de la crítica americana ha identificado al personaje con la América profunda que votó a Trump– y no duda en denunciar los errores del FBI y los abusos de los medios –lo que le ha valido ser acusado él mismo de cantor de la era Trump–. Las dos acusaciones son tan falsas como las que sufrió cuando era considerado un mal actor, cuando fue tachado de fascista por su personaje de Harry el sucio o cuando fue menospreciado como director. Nada nuevo para él. Cuando estrenó El jinete pálido en 1985 –y mira que para entonces había dirigido ya buenas películas– el crítico del New York Times tuvo que reconocer: "Estoy empezando a darme cuenta de que nos ha costado tiempo darnos cuenta de su calidad incuestionable como director". Tres años después cerró todas las bocas con Bird y el reconocimiento unánime le llegó con Sin perdón en 1992. Pero ahora estamos en los tiempos que estamos y hay quienes consideran pro Trump narrar los hechos que concernieron a este modesto "segurata" –que así les llaman aquí quienes los desprecian– con sobrepeso que forma parte de una América maltratada por el cine y por las élites intelectuales.

La película tiene esa difícil simplicidad que sólo la experiencia, la sabiduría y la inspiración procuran

Pero lo importante es que, además del valor demostrado al hacer esta película, la ha hecho muy bien. Seca, sobria, eficaz, llena de esa difícil simplicidad que solo la experiencia, la sabiduría y la inspiración procuran. El famoso estilo invisible o transparente que hizo la gloria de Hollywood y los más grandes maestros modelaron –de Hawks o Ford a Eastwood– adaptándolo a sus personalidades sin que el público (y –¡ay¡– tantas veces la crítica) advirtiera la complejidad y la sutileza creativa con que lo hacían, brilla aquí con una luz intemporal. Sujeto, verbo y predicado bastan para escribir grandes relatos. Planos estables, montaje eficaz e imperceptible, encuadres que buscan producir la mayor sensación de realidad y de verdad (que en cine no son lo mismo), ejemplarmente sobria dirección fotográfica de Yves Bélanger, una gran historia y grandes interpretaciones –magníficos Paul Walter Hauser, Kathy Bates y Sam Rockwell– son los soportes que han hecho la grandeza del mejor cine americano. Con estos elementos Eastwood ha logrado una de sus grandes películas. Tal vez la mejor desde Gran Torino. Aunque he vuelto a ver Mula en su pase televisivo y me ha parecido aún mejor que cuando se estrenó. Estas películas tan aparentemente sencillas en sus formas crecen con el tiempo en la misma proporción en que a veces menguan las que nos deslumbraron por sus audacias.

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