Crítica 'las brujas de zugarramurdi'

Pirotecnia sin control

Las brujas de Zugarramurdi. Comedia-acción, España-Francia, 2013, 103 min. Dirección: Álex de la Iglesia. Guion: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría. Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Joan Valent. Intérpretes: Hugo Silva, Mario Casas, Carmen Maura, Terele Pávez, Carolina Bang, Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Carlos Areces, Macarena Gómez, Enrique Villén, Manuel Tallafé.

Resulta paradójico comprobar cómo a medida en que Álex de la Iglesia madura y envejece, su cine, atrapado siempre entre el esperpento, el humor negro y las formas y fórmulas del género, se decanta cada vez más por un paulatino vaciado de esos elementos deformantes y paródicos de la realidad que lo caracterizan desde los días de El día de la bestia en favor de la pirotecnia, la acción y el exceso que terminan por sepultar, aplastar o ahogar por agotamiento cualquier subtexto o doble lectura que pueda recompensar en algo a los espectadores no necesariamente jóvenes o adolescentes a los que cada vez más parece destinado su cine.

Con la producción de Cerezo y la distribución de Universal Pictures, Las brujas de Zugarramurdi quiere contribuir al sostenimiento de nuestro cine industrial con un regreso nocturno a los aquelarres de la mitología vasca en clave de comedia fantástica con toques gore, road movie y horror movie, subrayando una nueva batalla de los sexos y una cierta misoginia bajo capas de cartón piedra digital, continuos movimientos de cámara, música incidental incesante, efectos especiales y demás elementos escenográfico-visuales que hagan pensar en eso que por aquí se sigue llamando buena factura.

El problema reside en que De la Iglesia y su cómplice Guerricaechevarría operan cada vez más por acumulación y desmesura, de acción, verbal o de lo que haga falta, y no son capaces, tal vez porque no les interese, de parar un momento el carro a la deriva para asentar alguna idea que vaya más allá de la ocurrencia, el guiño culturalista o el chiste fácil. Los hay en abundancia e incluso alguno bueno en esta película sin centro ni medida: en los márgenes, en las réplicas o el juego de los secundarios, a los que se prestan la pandilla habitual de amiguetes, de Tallafé a Segura, de Pávez a Areces.

Queda, sin embargo, la sensación, y no es la primera vez, de que estas Brujas de Zugarramurdi no van a ningún sitio, que dan mucho menos de lo que prometen, que el horror vacui y el horror tempi de De la Iglesia lo incapacitan para volver a hacer un día esa película en la que se conjuguen sus ínfulas de director artesano con el sustrato castizo de una tradición propia que consiga explicar el presente. Esa película en la que, por ejemplo, esas estupendas viejas damas emperifolladas de la burguesía euskaldún nos contaran qué narices ha pasado en el País Vasco en los últimos cuarenta años y no sólo sean un apunte confuso sobre el poder del matriarcado. Pero tal vez pedimos demasiado.

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