Crítica de Cine

Pasión por la educación musical en una inteligente y hermosa película

Un plano de 'La pasión de Augustine'.

Un plano de 'La pasión de Augustine'.

Esta seria, inteligente y sensible película trata de la educación a través de la música y del crecimiento personal a través de la religión. Un suicidio, tal y como están las cosas en las pantallas. Además se desarrolla en una institución religiosa para chicas jóvenes procedentes de familias desestructuradas; y no la presenta como un infierno de abusos a cargo de monjas sádicas. Otro suicidio. No satisfecha con tamañas transgresiones, una de sus protagonistas es una joven e inteligente monja que lucha por preservar la institución -y su pedagogía musical- frente a las instituciones públicas que miran con recelo los centros religiosos de enseñanza, y la otra es su igualmente inteligente y rebelde sobrina, una pianista superdotada acogida en la institución. La acción se sitúa en el bullente 1968, en un Quebec agitado por los aires de la época y en una Iglesia que aún está digiriendo el Vaticano II.

No le tiene miedo, por lo que se ve, la realizadora suizo-canadiense Léa Pool a los desafíos. Hace bien porque el resultado es una hermosa obra hecha a contracorriente. Hermosa e, insisto, inteligente y sensible. No estamos ni en los dominios de la horrorosa Sister Act ni en los simpáticos de Los niños del coro. Con unas maneras formalmente impecables y límpidas -extraordinaria la sobria dirección fotográfica de Daniel Jobin, que juega con el negro de los hábitos y el blanco de los paisajes nevados y los sobrios interiores- Léa Pool erige este pequeño monumento al valor educativo de la música, al valor formativo de la religión y al valor de una mujer sin orillar problemas: choques dentro de la Iglesia entre quienes, tras el Concilio, van demasiado despacio, demasiado deprisa o al paso justo (sólo por el palo que le da al guitarreo que arruinó la música litúrgica vale la pena verla); choques entre la hermana Augustine y la nueva superiora de su orden, que además de desconfiar de sus métodos pedagógicos -detesta la música como instrumento pedagógico- y de tener modos impositivos está agobiada por las dificultades económicas de la orden y dispuesta a cerrar la escuela de la hermana Augustine; choques entre la Iglesia y el Ministerio de Educación a propósito -¿les suena?- de la subvención a los centros católicos que conducirán a un muy emocionante y agónico combate para salvar la escuela con la única arma que tienen: la música; choques entre Augustine y su dotada pero también difícil sobrina; y hasta choques relacionados con su pasado en el interior de Augustine, heridas que la convivencia con su sobrina reabren.

Con todos estos conflictos -que tomarán un rumbo más sorprendente de lo esperable- la realizadora desarrolla con naturalidad una historia de educación y conocimiento, de lucha y afirmación de principios, espléndidamente servida por las interpretaciones de Céline Bonnier -difícil trabajo de fuego interior e hielo exterior- y la joven actriz y pianista Lysandre Menard. Es un placer, además de los otros méritos de la película, verla interpretar a Beethoven, Mozart, Chopin y -sobre todo- a Bach. Pero el mérito mayor de esta película es su talento cinematográfico que logra transformar un argumento a priori poco estimulante y muchas veces tratado en algo sobriamente original, inteligente y emocionante.

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